No habrá paz sólo porque el Gobierno y las Farc alcancen algún acuerdo en el espectáculo de los diálogos todavía muy inciertos comenzados en Oslo, mientras la sociedad colombiana siga soportando y cohonestando en la vida diaria el bombardeo de la violencia, en especial con el magisterio nefasto del medio sugestivo de la televisión.
Todo el que se proponga legitimar la recordación machacona de los capítulos más violentos del devenir nacional se escuda en la frase, para mí falaz y bobalicona, del escritor hispano-gringo Jorge Santayana : “Los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla”.
Esa sentencia sintetiza un determinismo histórico fatalista y negador del poder humano de cambio. ¿De modo que la humanidad, no sólo la de esta esquina americana, está en la obligación de seguir revolviéndose en el tremedal del pasado y no tiene derecho a superar las etapas calamitosas para llegar a niveles aceptables de cultura y civilización? ¿Hay que seguir reavivando la siniestra dosis genética del cainismo, en lugar de mirar hacia horizontes mejores y enriquecer la esencia cromosómica de bondad, verdad y belleza y potenciar los valores primordiales?
Yo reharía la frase aquella diciendo que los pueblos que no quieren superar su historia están condenados a seguir sufriéndola. Pero más que de rehacer frases de lo que se trata es de cambiar mentalidades, actitudes, comportamientos, modelos de educación formal y mediática, para que dejemos de creer que la paz depende en forma exclusiva de un deseable acuerdo entre el Gobierno y la guerrilla, como si con eso quedaran cancelados todos los conflictos y pudiéramos seguir alborotando avisperos peligrosos con series de televisión como la del Patrón del Mal.
He seguido todos los episodios de esa teleaudición. El pretexto de la historia (con la sentencia de Santayana) es engañoso: Lo histórico es sustituido por la ficción, el cambio innecesario de nombres, la discriminación de víctimas (las eminentes y las que apenas figuran con un seudónimo), el desconocimiento del modelo periodístico pensado y realizado en Antioquia para afrontar las circunstancias adversas, etc.
No discuto la calidad interpretativa de los actores (qué tal Andrés Parra) ni otras condiciones de la obra. Juzgo impertinente, sobre todo, la lección nocturna de violencia administrada en horario familiar, la enseñanza que estoy seguro les deja a muchas personas formadas en el relativismo axiológico, en la primacía del todo vale, para que imiten el patrón del mal como forma de vida exitosa a pesar de los enormes crímenes y riesgos, etc.
Mientras se enseñe tanta violencia, por la televisión y en todos los momentos y espacios de nuestra sociedad, la paz entre Gobierno y guerrilla es una porción mínima, una ilusión, apenas un cocuyo de esperanza en la negrura de la noche.
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