Cada época se ha caracterizado por un estilo particular de hablar. Los jóvenes, de tarde en tarde, se encargan de introducir palabras nuevas que hacen carrera rápidamente, gústenos o no a los más viejitos.
Algunos de los términos de hoy me parecen más simpáticos que molestos, pero reconozco que muchas veces nos arrugamos, o sea, nos ponemos de mal genio, porque nos cuesta entender lo que quieren decir.
Mi mamá decía pipiolo para referirse a un muchacho, a mí me tocó el sardino y los de ahora son pollos. Jefa es la mamá del pollo.
Mi jefa le decía titino a un bolso muy bonito, para mí es bacano y para los pollos es una ch%&*, con fuerza, a lo Juanes en concierto.
Mujer "fácil", fufurufa y grilla. Tres palabras distintas para un solo oficio verdadero que cada día gana más vigencia.
El almuerzo está de poca cuando queda rico. Nadie se cae sino que pega pelos y ya no se miente: se arman videos.
Mi jefa no lo dijo nunca, por pudor, pero los de mi generación nos dimos picos y los de hoy se chupetean.
Gamín no era solo la marca de un bluyín. También era un niño hambriento que pedía o atracaba en las calles. Hoy se le dice habitante en situación de calle, pero para los pollos es nea o valija.
Perratiar equivale a un fracaso. Peye es algo muy maluco y una mujer muy vieja, como de veinticinco, es una verruga.
Para acabar de ajustar apareció la internet, con sus millones de usuarios de las redes sociales, y todo cambió en el lenguaje escrito de los chats: sld, ke, ps, xq, bn, etc., son los vocablos que utilizan para comunicarse, literalmente, sin palabras.
Pero no solo el lenguaje se nos hace a veces inaceptable a las verrugas (ambos sexos incluidos). Los buenos modales se churretiaron, desaparecieron. Por favor, señor, usted y gracias fueron enviados a la papelera de reciclaje, al parecer, sin posibilidad de restauración.
Me gusta la buena energía de los pollos, su alegría y su capacidad de crítica. Me encanta que muchos sean decididos y analíticos, pero me cuesta aceptar que sean tan igualados. Les da lo mismo si hablan con la polla o con la tatarabuela de la polla, así sea una verruga venerable que no pudo pasar del ustedeo nunca. Más que amables, son empalagosos, aunque tampoco podemos tacharlos a todos de insolentes.
La mayoría de los pollos no hablan sino que cantan: "hooola¿cóoomovas?", le dicen a la jefa de un amigo que acaban de conocer. Y al despedirse, si es que lo hacen, entonan un simple "chaaaaoquestésbiiiien", así, todo pegado y en minúsculas.
"Hooola¿estáDaniiiiiela?". "No, no está. ¿Algún mensaje?". "Decilequelallamólaflacaporfis".
Esta conversación telefónica sucedió entre una polla de 15 años y una verruga de 84, que afirmó desconcertado: "Hombre, esta gente de ahora tiene nombres muy raros. A Daniela la llamó La Flaca Porfis. ¿Por qué la pondrían así?"
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