La torre de la iglesia de Murillo (Tolima) se levanta imponente a dos mil 950 metros sobre el nivel del mar. Su gran campanario, cubierto de una grama fina y húmeda, compone las fotografías que los turistas hacen del volcán Nevado del Ruiz.
Ya hace tiempo que el volcán perdió su apelativo de "León dormido". Para los murillenses, sobre todo para los que viven en las faldas de la montaña, es considerado un vecino más, que a veces juega a esconderse detrás de la pesada niebla, pero que siempre permanece bien despierto.
La montaña tiene vida
Después de salir del Líbano, cuando la carretera comienza a serpentear, los pasajeros de la camioneta de don Amadeo conversábamos sobre los costos de la siembra del tomate de manera orgánica. De repente, la posible erupción del Ruiz es el tema del que todos hablan.
Una mujer joven que viajaba sentada con una niña en las piernas comentó lo que había visto y escuchado por televisión y radio sobre una posible erupción del volcán nevado del Ruiz.
"Eso está bien, que el volcán esté echando humo, que respire", dijo la mujer. Su opinión fue bien valorada por los otros viajeros, quienes coincidieron en que "desde que el volcán bote todos esos humos, no hay peligro".
Entonces, casi al unísono, no vacilaron al decir que "la montaña tiene vida" y que han aprendido que la fumarola que en los últimos días ha flotado entre las nubes "es un buen síntoma".
Una nube distinta
Recién llegados a Murillo nos encontramos con Laureano Sierra, quien a sus 62 años es uno de los pobladores que más interés ha mostrado en el incremento de la actividad del volcán.
En las últimas semanas ha visitado la montaña casi a diario, revisando el nivel de las aguas de los ríos Lagunilla, Recio, Azufrado y Gualí, por donde se han desplazado inmensas avalanchas de lodo y piedra en el pasado.
Laureano cuenta que los pobladores de la parte alta de la montaña están tranquilos "porque no ha pasado nada".
Dice, además, que lo informado por los medios de comunicación en el país ha sido exagerado. "Todos los días reviso las riberas de los ríos, siguen igual, el volcán ha echado fumarolas de tres colores: blanca, gris y negra, algo normal", agrega.
Luego de tomarnos un brandy con leche para mitigar el frío, salimos a divisar la montaña. Sobre la cima cubierta de una nieve plateada apareció, en cuestión de segundos, una nube blanca que salió por detrás del volcán y comenzó a moverse en dirección al sur.
"Esa es la fumarola", comenta don Laureano mientras señala el volcán. "Eso es bueno, porque así la energía no se encierra dentro de la montaña, que es lo que produce la explosión".
Indicios
A las 4:00 de la mañana, con un frío intenso que bordea los 13 grados centígrados, nos dirigimos hacia el volcán Nevado del Ruiz, en un recorrido de 34 kilómetros por carretera destapada.
A esa hora cae una especie de rocío con niebla y la cima del volcán alcanza a verse esquiva entre un cañón de laderas verdes, divididas por sembrados de papa y zanahoria.
Diez minutos después de salir de Murillo, la carretera se hace casi intransitable, está "pavimentada" de lodo seco.
A 3.200 metros sobre el nivel del mar, en los sectores de las veredas Sabana Larga y Santa Bárbara, el aire helado trae a cuestas un fuerte olor, asfixiante, similar al de alcantarilla.
Laureano dice que es el azufre que baja revuelto con el agua del río Lagunilla. El olor es un indicio de que nos encontramos en los pies de la montaña.
De repente, el olor esporádico de azufre revuelto con el de diésel, empieza a esfumarse al mismo tiempo que aparecen en el horizonte uno que otro rancho, con paredes de colores vivos, difuminados entre los pastizales donde se alimentan las ovejas y las vacas.
La vereda La Cabaña es uno de los lugares más cercanos desde donde puede apreciarse el nacimiento del río Lagunilla, que recorre cerca de 45 kilómetros antes de descansar sobre el valle de Tolima.
En las manos de Dios
Orlando Murcia, un campesino que transita a diario con su mula por los límites que separan a Villahermosa y Murillo, dice que "el nevado aquí no ha molestado; lo que la gente ha dicho ya es mucha alarma".
El campesino acepta que la cantidad de humo de la fumarola ha aumentado, así como el color del mismo, que, según él, cada vez es más oscuro.
Cualquiera puede pensar que personas como Orlando no aprendieron la lección que dejó el volcán en 1985, debido a que sostienen que la montaña está normal, a pesar de los cambios registrados.
Sin embargo, vivir a dos cuadras del lugar donde nace el Lagunilla le ha servido a él y a muchas familias vecinas del volcán para conocerlo bien y saber que un nivel Naranja no basta para paralizar la vida en la cordillera.
"Cuando comience a temblar o a 'bufar' como la vez pasada, el asunto cambia. Uno ya está prevenido, pero por el momento, el nevado está quieto", expresa Orlando. En caso de una posible evacuación, deja claro, que nadie les ha informado cómo actuar ante una posible emergencia.
El campesino sentencia que a pesar de los aparatos y la tecnología nadie puede saber cuándo hará erupción el volcán, y que por eso "hay que dejar todo en manos de Dios".
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