Se celebraron en Guasca -cuna de Mariano Ospina Rodríguez, -cofundador del Partido Conservador- los 160 años de esa colectividad.
Fue el conservatismo en el siglo XIX contraparte del Olimpo Radical, sistema que exacerbó los ánimos y las pasiones religiosas, con gobiernos que introdujeron el laicismo como programa de Estado e incorporó el federalismo, que alentó innumerables guerras civiles en tan convulsionada época. Luego el conservatismo sería cuna de la Regeneración con Núñez y Caro, tiempo en el cual se sucedieron los gobiernos teocráticos y se implantó el centralismo con la vigencia del régimen presidencialista con más vigor que el resto de los poderes del Estado. Durante 45 años ejerció una hegemonía en donde se alternaron algunos mandatos progresistas con otros retardatarios.
El conservatismo resistió la hegemonía liberal de 16 años iniciada en 1930 por Olaya Herrera y terminada por Alberto Lleras en 1946. Hizo una oposición implacable en la voz de Laureano Gómez. Luego tomó el poder entre los años 46 y 53 del siglo pasado, ciclo bastante convulsionado, dada la violencia partidista que dividió en dos la historia del conflicto político colombiano. Luego fue factor principal del cuartelazo del general Rojas. Lo acompañó en la fase inicial del llamado "golpe de opinión", especie de "Estado de opinión" que hoy se invoca como sustituto, más que complemento del Estado de Derecho. La luna de miel con el quepis y el sable pronto se amargó para derrocar, liberales y conservadores, al ambicioso militar que pretendía con Constituyente de bolsillo eternizarse en el poder.
El conservatismo participó en la formación del Frente Nacional. Sus dos corrientes, la laureanista y la ospinoalzatista, gozaron de las mieles del Estado, en esa carrera de relevo constitucional que duró 16 años. Fue un proceso que si bien trajo la concordia banderiza, congeló las mejores iniciativas para impulsar programas y procesos de desarrollos políticos, sociales y económicos, que seguramente habrían evitado el desbordamiento de luchas reivindicatorias que han resquebrajado la paz nacional.
Una vez que pasaron por el escenario del Frente Nacional, Valencia y Misael Pastrana, llegaron Belisario y Andrés Pastrana. Ambos enarbolaron banderas de concentración y movimientos nacionales, dada la reducción de efectivos conservadores que le impedían ganar por su cuenta y riesgo en las urnas. Hoy, tanto conservadores como liberales, difícilmente llegarán al poder si carecen de capacidad de convocatoria que propicie coaliciones de facciones y matices alrededor de sus candidatos.
El conservatismo está hoy a gusto con Uribe. No se preocupa por alterar democráticamente la historia. No lo desvela el hecho de ofrecer un hombre salido de sus entrañas que sea alternativa real de poder como cabeza aglutinante de diversas fuerzas de opinión, concomitantes con su ideología y estrategia. Fuerzas conservadoras están pendientes de la suerte del referendo reeleccionista para sumarse a Uribe. Sus dos aspirantes más opcionados -Noemí y Arias- rivalizan en rencores y en denuncias. El resto de precandidatos no llega en las encuestas siquiera al margen de error. Sus directivas nacionales carecen de liderazgo, de razón y emoción para convencer y conmover. La eficacia en sus políticas no son el fuerte de sus acciones.
No sabemos en estos 160 años de vida del conservatismo, si el partido seguirá conforme con ser apéndice y cómodo socio del buen gobierno de Uribe. O si preferirá hacer intentos por recobrar su propia identidad con una convocatoria nacional que invite a nuevas coaliciones.
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