Es de noche. En una grabadora que descansa en un cajón y le debe la vida a un tomacorriente de la pared, se oye una canción de Celina y Reutilio en homenaje a Changó, el oricha guerrero, llenando el espacio del local 37 del bloque 17 de la plaza Mayorista.
Es jueves. Los trabajadores de Legumbres del Día trabajan de noche. Hay un aire llorón que huele fuerte a cebolla. Luz Elena David desgrana fríjoles en una canasta, cerca a la puerta de éste que es uno de los pocos establecimientos que permanecen activos durante las 24 horas en el centro de abastos. Ella prefiere que le dé el aire frío nocturno.
Más adentro, cuatro muchachas y un muchacho, desgranan arvejas.
Cuentan que más temprano -comienzan su turno a las cuatro de la tarde- pelaron cebollas.
Quieta oscuridad
La Central Mayorista queda cerrada desde las nueve de la noche. Caminar por esas calles vacías resulta una experiencia contrastante con la que suele ser de día: un hervidero de gente que se revuelve entre camiones y abarrotes. Hay un quieto silencio que hasta permite que se escuchen por momentos las lejanas notas musicales que viajan desde los bares de La Raya y rugidos de motores de auto también lejanos.
En las altas aceras que bordean los galpones, carretillas descansan paradas en sus largueros, con las ruedas levantadas. Bultos de papas y algunas otras legumbres, esperan el día arrumados y bien atados sobre estibas.
En la acera de ese mismo bloque 17, pero en el lado opuesto del local de quienes desgranan, se ven unos cinco hombres que juegan cartas, como para matar el tiempo, en una mesa situada frente a un negocio cerrado.
En el intermedio de los bloques, las cantinas están cerradas. Afuera de ellas, quedan botellas vacías de cerveza sobre las mesas, como único recuerdo de la alegría.
"Nosotros 'embandejamos' fresa toda la noche", dice Marcela, quien trabaja con Sergio en uno de los establecimientos dedicados a este producto traído del oriente antioqueño, en el bloque 17. Oyen reggaetón.
Sergio, situado en el fondo del local, se encarga de las frutas delgadas; Marcela, más cerca de la puerta, de las gruesas. Ambos van llenando la bandeja de icopor ordenando una montañita de fresas y cubriéndola, apenas completan una libra, con un vinilo transparente. Él alcanza a alistar unas 250 bandejas en su jornada; Marcela, unas 300.
No son los únicos que trabajan en horario nocturno en ese negocio. Allí van rotando los turnos, de modo que a veces laboran de día. A Marcela le gusta ocuparse de noche. Cuando lo hace, duerme en las horas de luz tan plácidamente como si estuviera de noche.
En un local iluminado del bloque 12, a través de una reja cerrada con candado, se ve un hombre untado de polvo blanco por todas partes. Trilla maíz. Como un Tarzán, sin camisa, deja ver sus músculos. Él se encarga de alimentar la trilladora, de recoger el grano en sacos, de coser cada uno de éstos y levantarlo al hombro con la facilidad de quien carga una bolsa de algodón.
El ruido de un motor llama la atención. Es que los Bomberos de Itagüí lavan el sector cercano a la capilla con mangueras de presión. Son los encargados de atender accidentes en el centro de abastos. La zona que más se ensucia, cuentan, es la de yucas.
El mundo sigue en aparente calma. Muy cerca de la salida, un parqueadero comienza a llenarse de camiones, estacionados ordenadamente en hileras.
Acuclillado, brillando con trapo los pernos de su Chevrolet ñato, cargado de plátanos que se asoman por entre las tablas de la carrocería, David Mauricio Muñoz cuenta: "salí a la una y media del día de Belén de Umbría, Risaralda. Llegué a Medellín a las ocho de la noche, hice tiempo en una estación de gasolina hasta las diez que dejan entrar aquí".
Un gato blanco y gris camina orondo por todas partes. Seguro va de cacería.
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