Nadie tiene derecho para decidir si la vida de otro es menos valiosa que la suya. Debe darle el mismo trato, sea cual sea su credo, política y raza. Sin embargo, hay quienes aún sostienen que los mejores trabajos deben reservarse a la gente blanca, mientras que el trabajo de servidumbre deben realizarlo los negros.
Observé con gran emoción la posesión del Presidente de Estados Unidos. Vi esa piel oscura de los Obama, sobresalir en medio de la multitud de blancos. Y pensé en lo que representa ese hecho en la historia de un país que hace unas décadas actuó con crueldad contra miles de sus ciudadanos negros. Explotación y humillación, son dos adjetivos que califican parte de la historia reciente de un país modelo en democracia. Ahora, ver a un millón de personas asistiendo a la posesión de un presidente negro, es justicia poética.
Las personas de color, como todos las demás, tienen cualidades y también defectos. Cuando los presidentes nombran en los altos cargos a profesionales blancos, me pregunto si hay algo en ellos que los haga más idóneos para los trabajos mejor remunerados y los puestos de mayor prestigio. La respuesta debería ser categórica: ¡no! Pero al parecer, ese privilegio sigue predominando y es odioso, arbitrario y criminal.
Pero la discriminación no es exclusiva de la política. En el escenario científico también hay restricciones. Hace poco me contó una amiga que en una de las más prestigiosas universidades antioqueñas, una estudiante había logrado superar todos los escollos que se le ponen a un médico general para especializarse, en su caso, como ortopedista.
El jurado, compuesto por hombres, todos blancos, resaltaron que era la persona más brillante e idónea que había pasado por esa institución, pero que no la podían escoger porque esa especialización estaba reservada para hombres. La muchacha no encontró otra posibilidad que estudiar en el exterior y ahora es una autoridad mundial en ortopedia.
La homosexualidad también ha sido un cruel mito discriminatorio. James Rachels, en el libro de ética más vendido en los Estados Unidos, Introducción a la Filosofía Moral, reseña una interesante apreciación: “la homosexualidad no es acerca de con quién tienes relaciones sexuales, es acerca de quién te enamoras”.
La discapacitación es otro foco de discriminación que Rachels aborda mediante la historia de una niña de 12 años, que padecía parálisis cerebral. Fue un caso real que ocupó por mucho tiempo las primeras páginas de los diarios norteamericanos.
En 1993 su padre, Robert Latimer, la encerró en su camioneta, conectó una manguera al tubo de escape y la asfixió hasta matarla. Pesaba menos de 18 kilos y su mente funcionaba como la de un bebé de tres meses. La esposa de Latimer, manifestó que ella se sentía liberada porque no hubiera sido capaz de hacerlo por sí misma. Un juez condenó a Latimer a un año de prisión. Luego de un intenso debate, la Corte lo condenó a 25 años.
El debate que polarizó a la sociedad canadiense se centró en si Latimer había hecho algo indebido. Algunos críticos señalaron que si justificamos cualquier muerte por piedad podríamos caer en un peligroso abismo. Al final, cualquier vida sería considerada de poco valor, y abriría la puerta para que, por ejemplo, se pudiera señalar a los ancianos y enfermos, como miembros inútiles para la sociedad.
Así que la odiosa discriminación, tan soterrada como cotidiana, es un arma humana muy peligrosa. Mirar atrás, a las grandes tragedias de nuestra historia, demuestra que un acto tan individual y caprichoso, puede ser el origen de un dramático enfrentamiento social.
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