Jale usted unas guitarras, batería y bajo. Échele una base beatlemaniaca con toques mod y de rock duro salidos de admiración juvenil a The Police y a Led Zeppelin. Mézclelo con aromas de Santana, salsa comprometida de Rubén Blades, reggae y ska, letras desgarradas al estilo José Alfredo Jiménez con su buen chorretón de mariachi. Dele ritmo e identidad latina y le sale un grupo como el de estos mexicanos con base estratégica en Guadalajara y Puerto Vallarta, que se metió a Estados Unidos y después en Europa para llegar a vender 22 millones de discos en 40 países.
Más de 20 años de carrera les contemplan con su nuevo disco, Drama y luz. Lo han cocido a fuego lento. Es un caldo de cuatro años con dolor de pérdida -Fher Olvera, el cantante y principal compositor, tuvo que pasar el luto por la muerte de su madre y una hermana en el camino- y viajes hacia otros sonidos.
En la terraza de su casa de Puerto Vallarta lo cuenta él mismo rodeado por la banda. "Mis compañeros me dijeron que, si quería, parábamos. Les contesté que no. No lo lamento. La música es curativa. Me hizo dejar el Prozac y las pastillas para dormir".
Del dolor han surgido canciones góticas y nostálgicas, himnos comprometidos con su gente y desgarros de amor. El éxito de Maná no solo se encuentra en la contagiosa marea rítmica de su cóctel musical. También viene de sus letras. Historias de inmigrantes tronados a balazos en la frontera, adolescentes embarazadas con salidas trágicas, niños de la calle, denuncia del medio ambiente, abusos sociales, políticos y policiales, épicas borracheras en alta mar, metáforas de lluvia y traiciones amorosas. Es un canto que exprime el ADN latino y conecta con los dramas, las alegrías y las frustraciones de gentes desheredadas y desarraigadas, proporcionándoles identidad.
En Drama y luz continúa ese refuerzo moral con un toque surreal diferente que le dan canciones como Sor Maríao El espejo , pero básicamente pervive ese desahogo liberador que hace aullar sus estrofas a medio mundo con himnos como Latinoamérica o historias como Amor clandestino.
El camino de la banda ha sido largo. Primero en busca de un éxito que fue tardío. Desde principios de los ochenta, cuando Fher Olvera creó Sombrero Verde, germen de Maná, hasta 1990, cuando empiezan a acariciar el éxito, la historia del grupo es cuestión de aguante.
"El que resiste, gana", parece un buen lema. Resistieron una buena falta de comprensión y los desprecios. Se repusieron a los batacazos y el síndrome de los frigoríficos vacíos. "Hasta que Álex (Álex González, carismático baterista de brazos tatuados y enérgica destreza) me llamó un día y me dijo que si le invitaba a desayunar", comenta Olvera. "¿Por qué?", le pregunté. "Porque no me queda nada en la nevera", respondió.
Había desembarcado de Miami en Guadalajara con sus antepasados cubano-colombianos para seguir a Olvera y los hermanos Juan Diego, Ulises y Abraham Calleros en sus inicios. "Me lo dejaron así, con 16 años, en mi casa", recuerda hoy el cantante, que le saca cerca de una década de ventaja vital.
Aquel día de alarma alimenticia fue determinante. "No podemos seguir así mucho tiempo. Tendremos que hacer algo de provecho, le comenté a Fher". El cantante le respondió: "Creo que lo que tengo compuesto puede funcionar". Era su último cartucho. Y se lo jugaron.
Aquello que Fher comentaba, con 32 años ya de callo, una licenciatura en Ciencias de la Comunicación, eran las canciones de ¿Dónde jugarán los niños? ... Cinco millones de discos.
De aquel núcleo de Maná solo quedan Olvera, Juan Calleros y González. Los acompaña Sergio Vallín, el guitarrista ya virtuoso y también compositor interesado por el mundo sinfónico que se unió a la banda después de que probaran a cerca de 100 músicos por toda América.
Hasta este nuevo disco, la carrera de Maná ha seguido varias etapas. Después del hambre y la pena de quedarse en la puerta de los conciertos de varios grupos por no poder pagar la entrada fueron dando pasos de gigante. Primero, el sur. Luego, el norte. No les costó entrar y firmaron con la compañía Creative Artist Agency, que llevaba la carrera de Bob Dylan, Madonna, AC/DC, George Michael o Carlos Santana. Curioso. Hay un Maná antes y después de conocer a Santana. Un Maná antes y después de Corazón espinado . Luego vinieron más ansiosos de colaborar: Blades, Zucchero, Juan Luis Guerra...
El caso es que llegó un momento en que disfrutaban lo mismo hablando de música con Chris Martin que con Silvio Rodríguez. Maná viaja con su música desde una base clásica del pop hasta las raíces latinas donde quiera que se encuentren: en la nueva trova o en la salsa neoyorquina.
En el nuevo disco el baterista se ha sacado un nuevo himno de la manga para dar moral a los suyos: Latinoamérica. Viene del racismo y las humillaciones que deben soportar los latinos por el mundo. "Estoy cansado de oír que somos países bananeros y frijoleros. Allá donde hemos caído nos hemos levantado". Y la situación actual de su país, México, no les hace bajar la frente. "Al lado de la violencia, de la tragedia, está la fuerza y la energía de los artistas y la gente comprometida que acabará sacando el país adelante. No todo es negro", dicen.
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