Si una imagen vale más que mil palabras, un gesto es mucho más diciente que varias frases. Eso lo saben quienes han visto películas mudas, las cintas que se produjeron desde el nacimiento del cine, a finales del siglo XIX, y que desaparecieron muy rápido a partir de la aparición del cine hablado, en 1927. Los gestos y los movimientos de los actores de aquella época eran mucho más enfáticos, porque debían expresar lo que la ausencia de palabras no permitía.
Sus cuerpos eran sus parlamentos.
Justo en ese momento de transición entre el cine silente y el hablado se desarrolla El artista , que nos cuenta la fábula de George Valentin , una estrella muda en el apogeo de su carrera que es incapaz de adaptarse al cambio que implicó para toda una generación de artistas la llegada del sonido.
Valentin -una mezcla ficticia entre Douglas Fairbanks, Rodolfo Valentinoy John Gilbert , maravillosamente construida por el actor francés Jean Dujardin , único posible rival de George Clooney por el Oscar a mejor actor protagónico-, se empecinará en continuar haciendo cine mudo, sin percatarse de que es testigo del fin de una era.
Mientras Peppy Miller , la joven actriz cuya carrera fue posible gracias a él, se convierte en la voz que todos quieren oír, Valentin caerá en el olvido y la pobreza.
El artista es mucho más que una curiosidad de feria. Es en realidad una hermosa declaración de amor a la historia del cine. Por eso está filmada en un formato en desuso, que en esos días permitía a los rostros de las estrellas llenar la pantalla sin que hubiera nada más en ella.
Por eso hay varios homenajes velados a lo largo de la película que muestran la pasión de su guionista y director, Michel Hazanavicius , por el séptimo arte. Dejando muchas de lado, hay referencias a Metropolis, a Fantômas, el personaje de antiguos seriales franceses, a Ciudadano Kane, en una bella secuencia que ocurre en un comedor.
A pesar de que comparte su temática con cintas como Singing in the rain, El artista se destaca por unir forma y fondo, haciendo un brillante uso de las mismas técnicas y costumbres cuya desaparición narra.
Y aunque no todo el desarrollo de la historia sea igual de memorable a esa escena en que Valentin, quieto en una escalera, no percibe cómo el mundo se transforma con prisa a su alrededor, el conjunto de las actuaciones, la fantástica música que suma intensidad a cada momento, su producción cuidadosa y el último tramo de la cinta, simplemente perfecto en sus sorpresas narrativas, hacen de El artista una gran oportunidad para entender que en el arte no podemos hablar de evolución, sino de cambio.
En muchos momentos de El artista, los títulos de algunas películas cuya publicidad alcanzamos a leer, remarcan con sutileza el carácter de lo que estamos viendo. Esa sutileza que se ha perdido hoy, donde parece que sólo se hicieran cintas de superhéroes es también lo que recuerda con nostalgia esta producción. La sutileza de los gestos mínimos, de esas miradas que dicen más que cualquier poema.
@samuelescritor
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