Escena del pasado domingo en barrio popular de Bogotá. Es pequeño negocio de quesos, huevos, almendras, uvas pasas y otras pequeñeces que alejan hambres. Falta hora y media para cierre de votaciones y entra una pareja de clientes. La vendedora advierte: "ya vamos a cerrar porque no hemos votado". "¿Cómo votará?", pregunta la curiosidad. "En blanco", corta tajante ella.
Los recién llegados se excusan y dan paso atrás. "No, no, -increpa el tal vez marido de la dependiente-, la democracia es importante pero más importante es el cliente. Honda filosofía es este pragmatismo del dueño, quien sonríe victorioso al recibir en la registradora treinta mil pesos de la venta.
Para los pequeños comerciantes, el cliente es ingrediente de su vida particular, engranaje indispensable en la rueda dentada de su existencia cotidiana. Prioridad primera. El voto viene después, si el interés individual deja tiempo, si está satisfecha de antemano la tranquilidad de puertas para adentro.
Esta sabiduría primaria, conciencia elemental, ilumina sobre relaciones entre público y privado, entre política y vida propia. Parece evidente que en esta última, en la órbita personal, toda persona es dueña de mayor capacidad de decisión. Yo mantengo tensas las riendas del potro que cabalgo en mi territorio demarcado.
Al salir a espacio ancho se multiplican las fuerzas que pugnan por diseñar el destino. El jinete es uno entre miles, vientos polares suelen retar su independencia. El mínimo traspiés desencaja planes y camino. En la arena política el hombre es brizna al viento, con mayor acento.
Así las cosas, es inteligente subordinar la dimensión política al abigarrado mundo interior sobre cuyas reglas, aunque no sin esfuerzo, es dable obtener conocimiento y comando. Más aún, es sensato pensar que la mejor plataforma hacia las veleidades públicas es una sólida personalidad imperturbable.
En días siguientes a toda algarabía electoral, cada grupo, cada persona, saborea distinto los guarismos resultantes. Los jefes invariablemente proclaman triunfos, agarrados de ángulos numéricos aleatorios. Las cifras dan para todo, y la modestia suele ausentarse de estos balances.
Pero en la conciencia enclaustrada de cada ciudadano limpio queda sabor agrio. Este es el momento en que la personalidad firme eleva al individuo por encima de las crestas ingratas de la democracia.
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