Desconcertados, asqueados o indignados pueden quedar los espectadores ante el arte contemporáneo. En los últimos 30 años, en la era del posmodernismo, vimos a una mujer que se sentó en la sala de un museo para mirar a los espectadores frente a frente sin modular palabra (Marina Abramovic), a un joven que se hizo crucificar sobre un wolkswagen (Chris Burden), el video de 10 personas a quienes se les pagó por masturbarse frente a una cámara (Santiago Sierra) y performances que van desde lo escatológico hasta lo conceptual (conceptos herméticos para la inmensa mayoría de los espectadores).
Para algunos teóricos ya no es el momento de preguntarse qué es arte o no. Lo cierto es que los criterios estéticos que predominaron hasta comienzos del siglo XX, no pueden ser los mismos que se apliquen en la actualidad.
La provocación es uno de los factores que entra en juego, pero también está el arte como fenómeno de cohesión social y de reflexión.
Encuentros como el MDE son propicios para que críticos se ocupen de acercar el arte al público y para que los espectadores se muestren abiertos a las prácticas artísticas actuales -a veces polémicas, otras desconcertantes- pero que cuando son afortunadas, terminan por generar preguntas, que es lo que en últimas debería hacer el arte.
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