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EL ESTADO CORRUPTOR

  • JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA | JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA
    JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA | JUAN JOSÉ GARCÍA POSADA
24 de junio de 2012
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Lo peor del episodio apabullante de la aprobación de la mal llamada reforma a la justicia es el pésimo ejemplo que nos dan a los ciudadanos los líderes de las tres ramas del poder público. Se confabularon el legislativo, el ejecutivo y el judicial para perpetrar una acción oportunista que sobrepasó los límites razonables de la conciliación transaccional para culminar en una sórdida negociación de intereses.

Fue tan desaforado y escandaloso el proceso para la adopción del acto legislativo, que hasta el Presidente se vio forzado a rechazarlo, no sólo por detectar la presencia soterrada de orangutanes en el articulado, sino como respuesta apenas obvia a la reacción general de protesta que se desencadenó por los medios periodísticos y de opinión y las redes sociales y por el temor a un referendo que habría implicado la descalificación popular del actual mandato.

Con todo y la negación presidencial a promulgar la reforma y la renuncia del contradictorio Ministro de Justicia que impugnó la misma decisión que había celebrado, el daño está hecho. Así sea probable que se derogue o anule el acto legislativo y se emprenda un nuevo itinerario de reforma, en cada ciudadano queda un sentimiento de escepticismo. A mí se me agudiza la impresión de que este país va como el cangrejo, retrocediendo en materias de ética y moral pública.

Si la cuestión nuclear y la fibra valorativa más sensible de una sociedad es la justicia y si no obstante se le utiliza como instrumento de componendas políticas y satisfacción de apetitos particulares, qué esperanzas podemos tener sobre el respeto que merecen los demás valores. Esa es la grave desenseñanza que deja esta demostración desvergonzada de utilitarismo político y pragmatismo vacío de contenido ético.

No nos extrañemos, entonces, si en todos los lugares y rincones del país se multiplican los actos denotativos de menosprecio por las normas jurídicas, los preceptos éticos, las reglas elementales de comportamiento cívico y, en fin, todas las disposiciones que deberían regular la convivencia y hacer que pasemos a un nivel aceptable de civilización y cultura.

Brincarse los conductos regulares, saltarse los reglamentos, apelar a maromas para justificar acciones protervas, imponer la razón de la fuerza sobre la fuerza de la razón, pasarse los semáforos en rojo, ponerles zancadillas a los colegas, atravesarse en el carril vecino, todas esas conductas antisociales que, acumuladas y potenciadas, dejan en evidencia una sociedad de mala educación (para hablar de lo simple y no de la delincuencia feroz en todas sus tremendas modalidades), van a seguir siendo comunes y corrientes, en gran parte por causa del ejemplo malhadado de un régimen que deseduca y degrada las costumbres. Si gobernar es educar, gobernar así es deseducar. Un Estado que deseduca es corruptor.

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