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El humor es cosa seria

17 de agosto de 2008
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Aparte del bizantinismo de ciertas polémicas de la vida ciudadana, lo que de verdad debería darnos risa, pero risa irónica, es la degradación del buen gusto y el descaecimiento del sentido del humor. Se imponen la procacidad y el irrespeto morboso a las audiencias, sin consideración por límites razonables de la ética, las leyes y la conveniencia común.

El desplante del secretario de cultura ciudadana, Jorge Melguizo, pasó a ser anecdótico. Emitió su opinión, contra la corriente. Montecristo fue un personaje popularísimo. Desconceptuarlo tiene sus riesgos. Para la gente se erigió como prototipo del humorista autóctono. A su histrionismo excepcional y su condición natural de imitador ingenioso y divertido cuentachistes se adiciona el respaldo de los libretistas, casi todos talentosos y sintonizados con el estilo del recordado protagonista.

Pero el humor de Montecristo sería hoy en día ingenuo, inofensivo, si lo comparáramos con el de algunos viejos verdes, enfermos por rebuscar los apuntes más fastidiosos en las alcantarillas de la abyección.

Esta es época de mal gusto. Los basureros no dan abasto para amontonar y procesar la basura física, intelectual y estética producida en forma de música, literatura, información, vestuario, muebles, juguetes y comidas. En la cultura predomina la actitud neo-oscurantista: No puede aceptarse que el estrato espiritual sea superior al socioeconómico. Cuando Guttenberg estrenó su imprenta, alguien dijo que no se justificaba multicopiar libros en una sociedad en la cual sólo las élites sabían leer. Y así pasa con el humor actual: El fino, agudo, que implica ingenio, es de salón. El otro, el sobrante, se les deja a los que viven pegados de la televisión y la radio.

Tal vez sea cierto que por la distorsión del humor llegamos al extremo de reírnos de todo, de las alegrías y las penas, de las mínimas victorias olímpicas (¡Ja! ¡Ir hasta la China a batir marcas nacionales!), del desastre de las carreteras (el día en que levantan el paro de camioneros caen tres derrumbes entre La Pintada y Manizales), de las duras paradojas de la guerra y la paz, de las trastadas de los políticos inverecundos, etcétera. Humor sardónico, humor satírico, humor tragicómico.

Como el sentido del humor se ha atrofiado, no se distingue entonces entre la absurdidad risible y la realidad que asombra. Al comienzo de su ensayo sobre La Risa, Henri Bergson ponía como ejemplo de situación humorística, por absurda e hilarante, el tropezón y la caída de un hombre que va por la calle. Me resisto a aceptar que todo un país se desternille de la risa porque siente que se va de bruces.

Razón teníamos hace treinta años cuando abrimos con el poeta Óscar Hernández una sección efímera del periódico llamada El humor es cosa seria.

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