Acercarse a las páginas de un libro en busca de información para ampliar el conocimiento es necesario y genera ganancias, perpetuas y ocasionales, pero, para mí, no hay nada mejor que leer por placer.
Me impulsa a esta afirmación El libro que todos quieren leer , un artículo del señor Hugo Caligaris, en La Nación , de Argentina, donde hace una crítica a los lectores de best sellers, o sea aquellos libros que han obtenido un gran éxito de ventas, aunque su calidad literaria, en ocasiones, deje pelos en el alambrado.
Los libros, respetando cualquier género, porque al que le gusta le sabe, son una ventana para mirar hacia afuera: amores, odios, guerras, pasiones e instintos. Dioses, monstruos, historias de vida y, de repente, alguna aproximación al futuro que alguien escribió alguna vez, como vaticinio cruel de que el hombre evoluciona pero no aprende de sus errores. Lo evidenciamos en cada nueva página de una historia empastada.
Como una especie de montaña rusa, a veces los libros van pausados, en una trepada interminable. O en picada, hacia un abismo por el que caemos sin querer llegar hasta el final, para no perder esa maravillosa sensación de vértigo. Otras, no pocas, son una curva peligrosa que nos saca de la ruta y terminamos arrojados al vacío por una trama que no nos satisface.
El mejor libro es el que a uno le gusta, ya sea creación de un premio Nobel o de un anónimo, que en cualquier caso nos merece un gran respeto. El que nos atrapa y nos conmueve, el que nos ayuda a formar criterio y nos divierte, el que nos permite imaginar el mundo sin movernos de la cama, el que nos cuestiona y nos revuelca, llámese como se llame el autor.
Antes me daba pena reconocer que no me gustó el Quijote , pero ya se me quitó. Luego de muchos intentos renuncié a leerlo, sin ruborizarme por ello. No siempre el apellido más célebre es condición para el disfrute.
Dicen que quien ha leído un libro jamás será el mismo, porque tendrá al menos una nueva historia de qué hablar, pero me abruman los lectores que se aprenden "los clásicos" de memoria y son capaces de recitar párrafos enteros en un velorio o en un sancocho callejero. La sabiduría bien puede confundirse con esnobismo; y una biblioteca con una colección de pastas duras y empolvadas que se exhiben por metros y colores.
En un país donde el promedio de lectura de sus habitantes es de dos libros por año, es muy fácil detectar a los que leen. Hay personas que son enciclopedias ambulantes, sin hacer alarde de su erudición. Hay otras, en cambio, que entre citas y rebusques bien podrían llamarse señores googles o señoras wikipedias: saben de todo y de nada, ¡al mismo tiempo!
Yo, que me he visto enganchada a las hojas de un best seller muchas veces, sigo sosteniendo que el mejor libro es el que a uno le gusta, desde el primer párrafo hasta el punto final, y punto.
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