En su sulfuroso " Diccionario del diablo ", y a propósito de la palabra 'multitud', el escritor norteamericano Ambrose Bierce propone un dilema que parece minar los cimientos estadísticos de la democracia.
"Si muchos hombres de igual sabiduría individual -escribe- resultan más sabios que cualquiera de ellos, debe ser que adquieren ese exceso de sabiduría por el simple hecho de reunirse. ¿De dónde viene? Evidentemente, de ninguna parte. Lo mismo valdría decir que una cadena de montañas es más alta que las montañas individuales que la componen. Una multitud es tan sabia como el más sabio de sus miembros, siempre que éste sea obedecido; de lo contrario es tan necia como el más necio entre ellos".
Es claro que la primera parte de la afirmación de Bierce se refiere a la simple yuxtaposición de sabios, a un conteo como el de las encuestas o el de las elecciones. No al diálogo que podría darse entre ellos, del cual obviamente saldría aquel "exceso de sabiduría" cuestionado por el autor del diccionario diabólico.
Lo más no sale de lo menos, sería el principio aplicable al amontonamiento aritmético de sabios, lo mismo que de montañas o de ciudadanos electores. La suma matemática de individuos es incapaz de añadir un milímetro de calidad a la estatura intelectual o espiritual del mejor de ellos. De modo que la invocación a la mayoría carece de autoridad intrínseca.
Es patente, además, que detrás del acertijo de la segunda parte está la doctrina platónica del rey filósofo. Este ha de ser obedecido por contar a su favor con la luz más nítida de la sociedad. No necesita ser mayoría. O mejor, él solo es una mayoría de uno. Tendrá razón, aun en contravía de la multitud.
El verdadero problema está en el último término de la disyuntiva propuesta por el 'Gringo viejo", como se conoce a Bierce. En el caso de no haber identificado y seguido al más sabio de sus miembros, la masa resultará tan necia como el más estúpido de sus componentes.
En este punto se revela el drama de los sistemas electorales. Si una sociedad no cuenta con el prerrequisito de la educación general de sus ciudadanos, sufre el apuro de ser medida con el rasero más bajo. Es que reconocer al sabio o al equipo de ellos, digno de conducir a un pueblo, exige como condición un esclarecimiento de la multitud. De lo contrario, se perpetuará el reinado de los necios.
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