Según la revista "The Economist" para el verano de este año dos tercios de la población mundial estará viviendo en ambientes inflacionarios de dos dígitos. Es el dramático despertar de los demonios de la carestía que amenaza con desestabilizar a países como China, Rusia, Venezuela, India y Argentina, entre otros.
El alza desmesurada de los combustibles y de los alimentos es, por supuesto, la causante de esta que parece ser la sombría novedad de la economía mundial en el 2008. ¿Cómo estará Colombia en este escenario? ¿Estamos al abrigo?
Todos los observadores coinciden -y el Banco de la República parece aceptarlo- que la meta de inflación originalmente fijada para este año no se va a cumplir. Estará unos dos puntos por encima, es decir, en niveles entre el 6,2% y el 6,5%.
El gran peligro es que se vaya a subir de ahí. Y que - Dios no lo quiera- se pudieran presentar choques adicionales que nos pusieran en peligro de traspasar la barrera hacia inflaciones de dos dígitos. Seguramente no llegaremos allí y, por el contrario, seguiremos haciendo parte del tercio privilegiado de los países con inflaciones de un solo dígito. Sería una verdadera tragedia que así no fuera. Pero para que logremos mantenernos en ese grupo privilegiado se deberán seguir ciertas normas mínimas de disciplina económica.
A saber:
El Banco de la República tendrá que seguir vigilante. Ya lo está. Es su responsabilidad constitucional prioritaria. Y si llegaran a presentarse nuevos cabeceos inflacionarios tendrá que adoptar medidas adicionales. No necesariamente subiendo más las tasas de interés (lo cual sería muy nocivo) sino endureciendo las estrategias de control monetario directo como los encajes. Que han salido del cuarto de San Alejo donde se encontraban recluidos desde hace varias décadas.
El Gerente del Banco de la República ha explicado con mucha claridad que no es válida la argumentación de quienes sostienen que porque lo que está subiendo son los productos importados, el emisor no debe actuar. Existe el riesgo de que alzas bruscas en los bienes comercializados internacionalmente (petróleo y cereales por ejemplo) se traduzcan en incrementos generalizados de expectativas inflacionarias para toda la economía si el Banco Central no actúa.
El Gobierno, a su turno, debe evitar la histeria y privilegiar acciones sensatas que ayuden en la lucha antiinflacionaria. Por ejemplo, estuvo muy bien que "recogiera velas" en la improvisada iniciativa de promover un contraproducente acuerdo de precios. Este tipo de pactos nunca han funcionado bien.
El Gobierno debe ante todo promover la competencia que es el mejor antídoto contra la carestía. Allí donde aún sea posible reducir aranceles para la importación de alimentos debe hacerlo. Manejar con suma prudencia los precios que dependen de decisiones administrativas. Hacer realmente el tan cacareado ajuste en el gasto público. Y cuidarse de no seguir mandando mensajes equivocados y populistas en materia salarial como los que ha lanzado recientemente para diputados, concejales y alcaldes.
El país tiene que reafirmar el gran propósito nacional de mantener la inflación a raya. Sería un fracaso monumental que entráramos en el desafortunado grupo de países con inflaciones de dos dígitos de que habla la revista "The Economist".
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