El tema de la innovación está de moda en el país. Luego de años de abandono y desprecio por parte de muchos sectores académicos y de los formuladores de política, acompañados estos de la mirada indiferente de los empresarios, ahora la innovación se ha convertido en el tema favorito de todos estos sectores. Ello no implica, como muchos lo quisieran, que de la noche a la mañana Colombia vaya a pasar de ser una sociedad displicente con la innovación a ser una que brille en el concierto de países como una comunidad innovadora.
Lejos estamos de hacer realidad esta posibilidad. Sin embargo, ello no constituye un imposible. Lo que pasa es que para hacerla realidad debemos construir, paciente y persistentemente, ese sueño, que es un imperativo para el crecimiento, el desarrollo y el bienestar del país.
El estado de cosas que en materia de innovación vive el país no va a cambiar por el solo hecho de que hoy la veamos de otra manera, o porque, por fin, algunos sectores comienzan a darle, al menos en el discurso y en los actos sociales, una mayor importancia.
El atraso científico y tecnológico que Colombia exhibe es muy grande y en innovación lo es aún mayor. Nuestro país hace parte del grupo de naciones más atrasadas de América Latina y el mundo en materia de ciencia, tecnología e innovación, CT+I. Dado que existe una estrecha relación entre estos tres elementos, un país no puede alcanzar, de manera sostenida, un proceso virtuoso de innovación sin contar con un sólido y dinámico sistema de generación de conocimiento que lo soporte y lo alimente.
Por tanto, no es posible referirse a procesos virtuosos de innovación a nivel de país y de sector económico, y quizás aún de conglomerados regionales, sin considerar las bases y las capacidades que se tienen en materia de investigación y desarrollo tecnológico. Una empresa individual bien puede soportar sus procesos de innovación con base en vínculos con centros o grupos de investigación foráneos, pero, a niveles más agregados y cuando se trata de sectores y actividades complejas, ello no resulta viable.
En consecuencia, un desarrollo masivo de innovación a nivel productivo requiere disponer, además de las políticas y las instituciones nacionales, de las capacidades y los activos locales que complementen y potencien los de las empresas. Ello no implica que se ignoren los vínculos con centros y grupos del exterior. Por el contrario, estos vínculos no sólo son importantes, sino que resultan vitales para el tipo de desarrollo planteado.
Pero las cosas no paran allí. Una sociedad que quiere poner en el centro de su desarrollo la incorporación creciente de conocimiento, como parecen ser las intenciones en el caso colombiano, debe adelantar una profunda transformación social. Sin que los diferentes estamentos de la sociedad tengan una clara comprensión y valoración del conocimiento como fuerza del desarrollo, será muy difícil conseguir dicha transformación. Ello requiere, a su vez, que el país avance en asuntos como la concreción de profundos cambios en sus procesos educativos y de formación, en los que se privilegien, por ejemplo, la creatividad, la flexibilidad de pensamiento y la visión comprensiva de los fenómenos.
También resulta necesaria la conformación de importantes y sólidas bases de recurso humano especializado, así como la creación de instituciones y reglas de juego que promuevan e incentiven los procesos de innovación a diferentes niveles de la organización social.
Sin embargo, se debe ser claro en el sentido de que un proceso de innovación social debe, inicialmente, centrar su foco en los sectores productivos, pues es a través de este medio como se asegura la construcción de círculos virtuosos de generación y uso de conocimiento.
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