De pronto, un hombre irrumpió en la finca. Se bajó de su burra. Metió la mano a la alforja... Sacó un libro y comenzó a leer Margarita Debayle, el poema de Rubén Darío. No hubo nadie entre los presentes que no dejara de ensartar tabaco; todo se paralizó para escucharle. Total, en ese rincón del mundo, la vereda El Palacio, a 11 kilómetros de la cabecera de La Gloria, corregimiento de Nueva Granada, Magdalena, nunca había llegado un forastero en son de paz y menos a realizar una actividad tan rara: leer.
Corría 1997 y ese extraño era Luis Humberto Soriano Bohórquez, creador del Biblioburro, en su primera excursión por montes del Magdalena, llevándoles a grandes y chicos, especialmente a estos, la magia de la lectura.
“Todo empezó por necesidad -cuenta Soriano-. A los niños les ponían tareas los viernes, y el lunes volvían sin hacerlas. De modo que pensé que si los chicos del monte no salían de su casa distante hasta la biblioteca del caserío, pues a duras penas lo hacían para ir a la escuela, habría que llevarles los libros a la casa para que las pudieran hacer”.
Empacó setenta libros de geografía, historia, literatura, matemáticas, y se fue en su burra, Alfa. Cuando, en su debut, notó cómo se paralizaba la vida de esa finca por la lectura, “entendí que algo estaba pasando; algo mágico”. Decidió seguir con su idea. Ese proyecto sin nombre todavía.
Nacido en La Gloria -“La Gloria es a 40 grados centígrados”- el 6 de junio de 1970, Luis Humberto aprendió desde niño el afecto por la lectura. Se convirtió en el primer bachiller del corregimiento. Estudió una carrera de literatura. Se hizo profesor de la Escuela Rural Mixta de La Gloria, donde cursó su primaria. Y estando allí comenzó el proyecto de Biblioburro con aquella visita. Pronto le puso nombre y consiguió un compañero para Alfa llamado Beto. Con dos burros aumentó la cantidad de libros así como el mapa de sus recorridos.
El reloj lo despierta a las 3:00 a.m. Ayuda a su esposa Diana Arias, titiribiceña, a alistar su restaurante La Cosa Política (porque en la costa el hambre se parece a la política: cuando ya hay llenura, desaparece), se toma “un buen café” y se va a la Escuela.
Hace unos dos años, a Luis lo pisó Beto. Perdió una pierna, que remplazó por una artificial. Este accidente no lo desanimó. La caja de compensación del Magdalena patrocina el proyecto. Ya es una red de 12 a 16 biblioburros. Visitan pueblos campesinos e indígenas. Si bien no reciben un peso por su labor, les compran libros y les repone los maletines y sillones. ¿Y el alimento de los burros?, le pregunto. “Afortunadamente hay hierba por todas partes”.
Y remata diciendo que algunos de los hijos de los enhebradores de tabaco, a quienes leyó Margarita Debayle hace 14 años, son profesionales