Todo está listo en el aeropuerto Gustavo Artunduaga Paredes de Florencia, Caquetá, para poner en marcha este martes el operativo de liberación del sargento Pablo Emilio Moncayo.
En Florencia el ambiente es de fiesta. En las calles los pobladores no dejan de hablar de la histórica jornada que podría estar a punto de vivir esta ciudad, golpeada reiteradamente por la violencia.
La presencia de cientos de periodistas nacionales e internacionales, así como de delegados de organizaciones humanitarias, irrumpe la calma habitual con la que viven los ‘caqueteños’, quienes tristemente por lo general escuchan el nombre de su departamento como escenario de la guerra entre grupos armados.
Así lo asegura doña Indira, una de las tantas ‘florencianas’ orgullosas de su ciudad y de su departamento: "Ojalá todos se lleven una buena imagen de esta tierra grata, que lo único que ha hecho es cargar con una mala fama injusta. Estamos orgullosos de ser el centro de la liberación de Moncayo".
Incluso los propietarios de los pocos hoteles con que cuenta Florencia hacen su mejor esfuerzo por "recibir con los brazos abiertos" a estos esporádicos visitantes. "Nunca habíamos tenido tanta gente junta en la ciudad. Se agotaron todos los cupos y la gente sigue llegando (risas) hemos tenido que inventar cuartos de donde no los hay", dice Alberto, el administrador de uno de los hoteles más grandes.
Entre la tristeza y la alegría
Aunque en condiciones diferentes, este mismo ambiente, dicen sus habitantes, no se vivía desde diciembre del año pasado, cuando el país se estremeció con el asesinato de su Gobernador, Luis Francisco Cuéllar.
"Eso fue muy triste. Nunca habíamos escuchado hablar tantas veces del Caquetá. Lástima que era para algo tan malo", agrega doña Indira.
Sin embargo, esta vez las cosas son diferentes. El motivo que atrae a centenares de visitantes está cargado de esperanza. Es motivo de vida.
Si todo sale como lo tiene previsto la delegación humanitaria, mañana martes por la tarde los colombianos podrían estar viendo a Moncayito –como le dice su padre, el profesor Gustavo Moncayo-, el sargento que perdió su libertad a los 19 años y que ahora, después de 12, vuelve hecho un hombre para enfrentarse a la incertidumbre de vivir lejos de las cadenas.