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Folclorismo político

03 de agosto de 2011
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Son pocos los afortunados que en este país han tenido la posibilidad de estudiar en una institución de educación superior, y cuando logran graduarse, se encuentran con la disyuntiva de si aplican a un trabajo en el sector privado o en el público; inicialmente se acude al primero donde las posibilidades son pocas, pues las vacantes no sólo son escasas sino que en muchos casos están reservadas para profesionales cercanos a los directivos de las empresas, y cuando no, por la exigencia de una experiencia que es imposible tener en ese momento de la vida; entonces se debe recurrir en la mayoría de los casos al máximo empleador, en nuestro caso al Estado, donde también se debe contar con la ayuda del mandatario de turno o con la de un político cercano a la administración. 

La oportunidad otorgada hace que se adquiera el compromiso con quien le dio la mano de darle el voto, el de su familia y el de algunos amigos solidarios, ya que la legislación no permite más a quien ejerce un cargo público, so pena de ser sancionado por participación en política, por lo que difícilmente puede enterarse directamente de todo lo que conlleva una campaña política para poder acceder a un cargo de elección popular.

Este interesante y complejo proceso se inicia con el forcejeo que se da internamente en los diferentes partidos y movimientos para la conformación de sus listas y con el otorgamiento de los avales, etapa en la que la mayoría de los aspirantes a cargos de elección popular no quedan contentos, dándose pie a una serie de suspicacias que terminan con las consabidas divisiones y deserciones de algunos.

Quien logra ser incluido en las listas de su colectividad, después de cumplir con una serie de requisitos de acuerdo con reglamentos elaborados por unos pocos que, de manera intencional, buscan descartar al mayor número de futuros contrincantes, y que van desde los de orden ético y moral, hasta la cuantificación de sus posibles votos y de su capacidad económica; por lo que pasar este maquiavélico trámite y verdadero colador, es una proeza que le permite al ungido iniciar la larga campaña en búsqueda de la elección al cargo administrativo o a una curul.

Viene entonces la inscripción en la Registraduría, tema central de esta columna; es una diligencia en la que se cumplen unos protocolos exigidos por la Ley, y a la que algunos candidatos concurren en medio del más simpático de los espectáculos que no tiene nada que envidiarle a las funciones de un circo pueblerino.

Durante los días jueves y viernes de la semana pasada, pudimos apreciar estas curiosas ceremonias, no bajo una carpa vieja y remendada, pero sí en algo muy parecido, un edificio destartalado por los años, sin mantenimiento, sin que cumpla con las mínimas normas para con los discapacitados y con una temperatura infernal. A este trámite fueron llegando antes de la hora convenida los artistas, en este caso los aspirantes, a cumplir con el sagrado deber de inscribirse; lo hacían en medio de la algarabía por los cuatro costados de la edificación, por donde se mirara aparecían, unos cojeando, otro con las canas pintadas y hablando como culebrero, otro gagueando, los de menos saludando efusivamente o boleando las manos cual reinas en carrozas, la mayoría acompañados por amigos, hadas madrinas, comparsas, chirimías, zanqueros, bandas de músicos, globos, pancartas, fotógrafos, etc., y sin que faltaran sus familias con todas las generaciones incluidas, desde tatarabuelos, padres, tíos, primas, esposas e hijos, no quedándose atrás los lagartos y otras especies.

En este espectáculo de la democracia también se hicieron presentes los simbolismos y ritos esotéricos en los colores de las camisas, las flores, las camándulas, los turbantes, cintas en cabeza, cuello, manos y pies.

En fin, fueron jornadas muy entretenidas de música, color, folclor y camaradería, sin que se ahorraran los comentarios sobre el acontecer político, así como las apuestas y cábalas sobre la suerte que podrán correr muchos de quienes acuciosamente acudieron a inscribirse. Que siga el carnaval.

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