Son las siete de la noche y de lejos me llega el sonido de la pólvora. Mucha pólvora, como si hubiera reversado el calendario y estuviéramos en pleno 31 de diciembre. Me ubico en el tiempo y no hay dudas: finales de enero. "¿Y qué celebran?". "¿Acaso no les alcanzó diciembre para quemarla toda?". "¿Serán capaces también de sostener un billete de la punta y quemarlo ante sus ojos?". Caigo en la cuenta de que reniego sola y en voz alta, sin nadie al lado que sostenga el diálogo y, peor todavía, entre tanto estallido distingo un sonido diferente al de los voladores tirados uno detrás de otro y aterrizo: "Es otra balacera camuflada, que de tanto repetirse ya no conmueve a nadie. Rectifico: a nadie que esté lejos de donde ocurre. Debe ser por eso que la policía ni se inmuta".
Recuerdo a Mrs. Hillary, próxima invitada VIP a la ciudad por una frase descontextualizada y usada a conveniencia de la Alcaldía, y me pregunto qué diría ella de este ruido maldito que llega de una montaña, no tan cercana como para que me alcance una bala ni tan lejana como para ignorar que otra vez, como casi a diario, la muerte acecha en nuestros barrios.
Mañana, de nuevo, los noticieros informarán de algún inocente que murió "no por una bala perdida, sino porque la bala rebotó y le dio". Y entrevistarán a las autoridades. Y sacarán porcentajes. Y dirán que todo está bajo control. Y nos restregarán en la cara algunos cabecillas apresados y, con un cinismo que raya en la idiotez, hablarán de hechos aislados, de años pasados, de sus metas para bajar el índice de homicidios, de las cuatrocientas vidas que "salvamos" el año pasado. Y no tendrán respuestas para la extorsión, los atracos ni el robo de vehículos. Y su ineptitud se hará cada vez más evidente.
Algún lector contrariado nos acusará de antropofagia, de comernos a mordiscos la ciudad y de no hacer nada por ella, además de criticar. Como si la incapacidad pudiera aplaudirse, o como si reconocer los aciertos, que los hay, desapareciera los problemas.
Y como si taparlos fuera un acto heroico. Y como si todos tuviéramos al lado un malhechor para correr a denunciarlo, o armas y almas de sicarios para acabar con ellos porque "lo que no sirve, estorba". Denunciar es un deber, pero muchas veces es inútil y, en ocasiones, un acto suicida.
Me duelo de esta Alcaldía mediática y circense, que acabó por creerse su propia mentira y consolarse con sus números que poco nos importan. Necesitamos resultados aquí y ahora.
Sé de un taxista a quien el vacunador que le tocó en suerte, y que dice pertenecer a una "empresa delictiva", nada de combos, le ofrece facilidades de pago. "Deme la mitad y el resto se lo financeo…".
Sí. Hemos avanzado. Ahora los delincuentes, más cultos y considerados, son empresarios, "financean" "la deuda" y no exigen fiadores con propiedad raíz, certificado laboral ni historia crediticia. Ojalá no terminemos todos pagando por cuotas nuestro derecho a la seguridad, a la tranquilidad y a la vida.
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