Medellín Cómo Vamos busca, desde hace cuatro años, evaluar algunos aspectos que nos tocan a todos, como educación, salud, empleo y pobreza, entre otros, desde los zapatos de los ciudadanos.
Leyendo los resultados de la encuesta correspondiente a 2009, me llama la atención que en los estratos altos la pobreza signifique ausencia de lujos, como aplazar el cambio de carro o la compra de un computador portátil. En los bajos, en cambio, implica menos alimentos en la mesa, porque se levantan con el desayuno embolatado, el almuerzo en veremos y la comida quién sabe. Y no precisamente porque estén haciendo dieta. Al fin, ¿qué es pobreza?
Es claro que, según la capacidad económica, cada quien tiene una forma diferente de percibir las dificultades. Muchos de los de mayor poder adquisitivo desconocen que, más allá de los muros de su centro comercial preferido, existe otra ciudad llena de personas que cada mes tienen que elegir entre mercar o pagar los servicios, o sencillamente ninguna de las anteriores, porque no hay ingresos o porque no alcanzan para cubrir las necesidades básicas.
Que la riqueza está mal distribuida es un estribillo aprendido de memoria. El concepto de equidad es muy bonito, en teoría. Lo difícil es aplicarlo. ¿Igualdad? Me suena, pero ¿dónde está? La falta de oportunidades, laborales y académicas, es otra causa de desajustes económicos, pero si bien hay personas que nacen con ellas debajo de la almohada, también hay otras a quienes les son esquivas. A otras no les interesan, porque se han conformado con lo que tienen así vivan "atrancados". Para muchos acomodados a sus circunstancias siempre será mejor hacer fila en la puerta de un cajero para retirar el subsidio de Familias en Acción, que acceder a la capacitación gratuita que ofrece el Sena, por ejemplo, como una opción de prepararse para la vida y escalar en el mercado laboral.
Si bien los programas estatales para acabar con el hambre son paños de agua tibia, los ciudadanos tenemos también un grado de responsabilidad social y, como mínimo, un pariente pobre. No hace falta irnos a África ni a Guatemala para compartir con los más necesitados, en la medida de nuestras capacidades, lo mucho o poco que hemos conseguido en la vida, sin paternalismo, sin comensalismo y sin parásitos viviendo a costa nuestra.
Suena bonito, pero veo difícil sensibilizarnos con las dificultades ajenas y propiciar que el abismo entre unos y otros sea cada vez menos profundo. No sé, pero siempre que pienso con las ganas, alcanzo a oír una risita fastidiosa por allá en los rincones de la razón. De seguir como vamos, el de la pobreza, como tantos que nos aquejan, será otro gran problema sin solución.
Para completar el panorama, el Programa Mundial de Alimentos asegura que 1.020 millones de personas en el mundo aguantan hambre. Leyó bien: 1.020 millones. Mientras tanto, algunos habitantes de los estratos socioeconómicos altos de Medellín perciben que son más pobres este año porque no han podido viajar a Miami de vacaciones. Huy, sí, ¡pobrecitos!
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