En 1986 La historia oficial de Luis Puenzo ganó el Óscar a mejor película extranjera relatando la vida de una familia argentina relacionada con los militares que acababan de dejar el poder tomado a la fuerza. En la película una pareja recibe en adopción a un bebé cuyos padres supuestamente murieron en un accidente. Casi 30 años después el mismo Luis Puenzo, ahora como productor, nos trae una historia que podría verse como “el otro lado” de los hechos: la historia de otra familia, haciendo parte de la misma terrible realidad de la dictadura, pero del lado de Los Montoneros, el grupo guerrillero que intentó combatir la dictadura desde la clandestinidad.
Los ojos a través de los cuales vemos la historia son los de un niño, Juan, que ahora debe llamarse Ernesto porque tanto él como sus padres tienen que asumir otras identidades para entrar al país y hacer parte de las milicias urbanas, luego de unos años viviendo en el exilio. Juan, como todos los niños que crecen en medio de la violencia, ahora tiene mirada de adulto, a pesar de que apenas está sintiendo los primeros latidos del amor.
El pobre Juan debe fingir que su familia es del interior y se dedica a la venta de maní, deberá mentir en el colegio sobre su fecha de cumpleaños y deberá olvidar lo que siente por la hermana de uno de sus compañeros, porque toda su vida depende de no llamar la atención y de que sus padres puedan mantener la coartada.
Entre las muchas cualidades de Infancia clandestina tal vez la más relevante sea su sinceridad, la sensación de verdad que transmiten tanto las situaciones que vemos (el hecho de que los guerrilleros transportaran municiones en cajas de maní a través de Buenos Aires es tan disparatado que seguramente es cierto) como las palabras que los personajes pronuncian. Esa cualidad se la debemos al director y guionista, Benjamín Ávila, quien pone en esta película muchos de sus propios recuerdos, pues él mismo fue hijo de una militante de Los Montoneros. Tal vez por eso los mejores momentos de la película son los más íntimos, como la discusión familiar sobre por qué involucrar a Juan y a su hermanita pequeña en esa realidad azarosa o esa maravillosa escena en que el tío Beto (un impecable Ernesto Alterio) le explica a Juan por qué las mujeres son como el maní cubierto con chocolate.
Infancia clandestina es el ejemplo de que se puede contar una historia humana y sensible sin renunciar a crear una propuesta estética atractiva. La fotografía de la película intencionalmente aumenta la intensidad de ciertos colores, lo que unido a una dirección de arte cuidadosa beneficia la verosimilitud de las imágenes. Y si a eso agregamos el uso de unas bellísimas secuencias animadas, que Ávila utiliza para esquivar la crueldad gráfica de los momentos que serían los más duros de contar para un niño, sólo podemos celebrar que esta cinta argentina esté entre nosotros, que sabemos también lo difícil que es ser niños en medio de las balas.