Desde la Florida hasta California, colaboran empeñosamente en el proceso electoral golpeando a la puerta en los barrios de inmigrantes, respondiendo llamados telefónicos en numerosos idiomas y distribuyendo volantes con mensajes políticos. Pero el martes no podrán votar porque no son ciudadanos.
El entusiasmo que hizo aumentar el número de votantes registrados caló hondo en la población inmigrante en Estados Unidos. Pero casi dos tercios de los 37,5 millones de personas de origen extranjero en el país no son ciudadanos y por lo tanto no pueden sufragar.
Muchos inmigrantes que no son ciudadanos, en situación legal o no, están empeñando su tiempo y su esfuerzo en favor del candidato por el que quisieran votar.
"Hay mucha gente que desearía votar algún día, pero puede tomarles mucho tiempo", dijo Kishan Putta, director nacional de Indígenas en favor de John McCain, el candidato presidencial republicano. "Quieren involucrarse. Ellos están llamando, con la intención de participar".
No se sabe cuántos voluntarios no son ciudadanos. Pero los líderes de los defensores de los inmigrantes dicen que su número va en aumento.
"Hay millones de personas que todavía no se han hecho ciudadanos, que necesitan conectarse de algún modo, ser parte del proceso que enrola a aquellos que pueden votar", explicó Efraín Escobedo, director de participación de votantes en el Fondo Educacional de la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos y Designados, que apeló a no ciudadanos para conseguir nuevos votantes en estados donde los hispanos pueden tener gran incidencia en la elección presidencial.
Inmigrantes comparten las mismas preocupaciones
En la nación hay unos 12,1 millones de residentes permanentes legales y 11,8 millones de inmigrantes indocumentados. Las preocupaciones que impulsan a algunos de ellos a colaborar con el proceso electoral son las mismas que mueven a los estadounidenses: la depresión económica, el temor al desempleo, las preocupaciones por el cuidado de la salud y la calidad de la educación.
"Son preocupaciones que no te dejan dormir", comentó Hernán Cortez, un salvadoreño que está trabajando como voluntario de casa en casa para conseguir votantes en Aurora, Colorado.
Cortez tiene dos hijos, una esposa que trabaja por la noche en un hospital y pagos de hipoteca que subieron de 1.000 dólares mensuales a 1.300 en enero. No es ciudadano: los casi 1.400 dólares en cuotas que tendría que pagar para él y su esposa ponen la naturalización fuera de su alcance.
"Me encantaría ir a votar", dijo. "En lugar de ello le hablo a la gente sobre cómo esta elección va a afectar a nuestra comunidad".
Cándida García, una inmigrante nicaragüense y residente legal que hace tareas de limpieza en la Universidad de Miami, trabaja como voluntaria para el candidato demócrata Barack Obama y va de puerta en puerta en Miami para movilizar a los votantes hispanos.
Las horas que trabajaba su marido en una fábrica de muebles de cocina fueron recortadas, y su hija de 13 años, nacida en Estados Unidos, no tiene seguro médico. "Necesitamos un cambio radical en este país", sentenció.