Juan Manuel Santos ganó su reelección en medio de un camino de torpezas, escándalos y amistades políticas de último minuto. Ahora, cuando estamos a punto de iniciar su segundo ciclo, es importante dejar de lado los ridículos extremismos para clarificar que Colombia no logrará la paz tras la posible firma de los acuerdos de La Habana (como lo vende el Gobierno) ni mucho menos pasará a ser un país del "castro-chavismo" (como expone la oposición).
La simplificación de la política en términos de opuestos trae sin duda réditos electorales, pero se aleja de la gobernabilidad real. La paz no se logrará ni siquiera alcanzando el anhelado acuerdo con las Farc y el ELN, mientras las políticas económicas y agrarias aumentan la desigualdad. De la misma manera, y aunque los enardecidos opositores lo repitan con frecuencia, Colombia no seguirá el modelo socialista. Decirlo es desconocer las características económicas de este gobierno, amigo del capital privado y extranjero, en ocasiones en perjuicio mismo de la nación y sus habitantes.
Con esos dos aspectos superados, no sobra pronosticar que el segundo periodo del Presidente será de una complejidad inigualable, pues además de prometer la PAZ (con mayúsculas), aceptó pactos de todas las calañas con tal de lograr su triunfo. Prendió tantas velas a dioses con prédicas diversas y contrarias entre ellas, que generará, más pronto que tarde, denuncias de traición desde todos los flancos. Imposible cumplirle a uno sin mentirle al otro.
Un buen porcentaje de la izquierda, paradójicamente, puede ser la gran perdedora de estas elecciones. Aunque personajes como Gloria Cuartas, Piedad Córdoba o Clara López dijeron que su compromiso con la reelección no les impedía hacer oposición, es de una inocencia absoluta pensar que sus detractores no les cobrarán el voto cuando critiquen al político con el que se abrazaron y se tomaron fotos para carteles. A la primera denuncia de corrupción hecha por la presidenta del Polo, le lloverán adjetivos de "incoherencia". En eso acierta el senador Jorge Robledo.
Santos es un calculador mayúsculo y se mueve con tanta frialdad de una orilla para otra que fue capaz de hacerse elegir en el 2010 gracias a los uribistas y cuatro años después gracias a los antiuribistas. Colombia, inocente como una paloma, confía en promesas que difícilmente se cumplirán. Menos, mientras Juan Manuel Santos sea presidente.
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