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IRÍAMOS MEJOR, SI NO CUNDIERA EL IRRESPETO

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07 de octubre de 2012
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La Encuesta de Percepción Ciudadana que muestra cómo vamos en Medellín es un espejo del sentido común. Refleja de modo razonable la actitud de los que vivimos en la ciudad. Sería inexacta si aparecieran notas aprobatorias en materias de empleo, seguridad ciudadana, salud y seguridad, o si fueran malas en otros indicadores de la calidad de vida como vivienda, cobertura en servicios públicos, educación, recreación y cultura.

No voy a discutir el dictamen que le asigna a Medellín la categoría de mejor vividero del país. La gente sabe distinguir entre una ciudad atractiva para pasar vacaciones por unos días, al cabo de los cuales afloran la escasez de recursos y las limitaciones, y otra, como la nuestra, que invita, por sus ventajas, a instalarse por una larga temporada o para toda una vida.

Por ejemplo, ir a Bogotá a pasear es muy sabroso, pero otro asunto sería quedarse viviendo allá. Una de las frases del año la pronunció el alcalde Petro cuando dijo que “Medellín nos pasó por encima hace tiempos”. Semejante sentencia se le devolvió como un bumerán al mandatario del Distrito Especial y ahora parece el lema de su gobierno.

A la ciudad que hemos construido le falta muchísimo para que pueda comparársele con Viena, Zurich, Auckland, Munich o Vancouver, las cinco urbes más vivibles. Y ni riesgos de homologarla con Dhaka, Lagos, Harare, Argel y Port Moresby, en Papua-Nueva Guinea, que figuran como las peores en varios ránquines internacionales. No me gustaría ir a verificarlo.

Pero en este país y en América Latina sí es comprobable que Medellín lleva una delantera notoria, a pesar de las carencias, los problemas y conflictos consabidos, la inequidad indignante y, sobre todo, la tendencia al irrespeto, que, a mi modo de oír y ver, va en ascenso aunque no la midan las encuestas.

La percepción ciudadana declarada en ese aspecto de la muestra tiene un matiz conformista. Se evalúan comportamientos tales como el cuidado del Metro, el acatamiento del Pico y Placa, el respeto a los vecinos, el pago de impuestos y la legalidad en la conexión a servicios públicos.

Pero no se afrontan situaciones visibles, concretas, rutinarias, como la contaminación acústica (el ruido es aturdidor, insoportable, por donde quiera que se vaya), la temeridad primitiva y homicida de muchos conductores, la agresión a los transeúntes, el desafío a las normas de urbanidad, el insulto procaz e injurioso por nimiedades y un larguísimo etcétera.

Leal a mi ciudad, voté por Medellín como la más innovadora. Pero sería el colmo si no innováramos con una campaña educativa intensa y eficaz, para que la Cultura Metro no quede relegada a lo marginal y el respeto no acabe siendo un valor ridículo de la antigüedad.

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