Juanes debe conocer, si admira tanto a Joaquín Sabina como dijo en la grabación del Unplugged, la letra de Peces de Ciudad que dice: "En Comala —a propósito del Pedro Páramo— comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver". El pasado está muy lejano ya como para regresar, como para querer agarrarlo con las manos, como si fuera cierto.
Escuché el último disco de Juanes encerrado en la habitación de un hotel con otros periodistas que también hacían memoria, cuentas y muecas. Fue rápido. Sin posibilidad de repetición. Todos teníamos la picazón, la incomodidad de que el álbum entero sonara como La Luz, canción que, aunque tiene el primer puesto en las emisoras y desde hace tres semanas, no es todo lo brillante que creen; no es ni La camisa negra, ni nada nuevo, solo un espectro indefinido en el medio de algo. Es, para definir, un tema raro. Raro.
Hay que recordar que el productor del disco es Steve Lillywhite, y para no decir mucho, fue quien estuvo detrás del War de U2, el tercer álbum de la banda irlandesa, el furioso disco que les dio el reconocimiento mundial, que los sacó —luego de la denuncia— de la guerra. También les produjo a los Talking Heads, Simple Minds, Peter Gabriel, The Killers y The Rolling Stones.
Entonces sonó la primera canción y fue otra cosa: ya no la tecnoguasca, ya no la fusión entre el rock y la carrilera, ya no la cumbia y el pop, sino el rock fuerte, el rock moderno, el rock inglés. Los pianos fuertes —no los pianos de La Luz, esa marea estática en crescendo— de Emmanuel del Real Díaz, Meme de Café Tacvba, al frente, pequeñas notas de color.
Aquí otro punto a favor, la banda: Brian Ray y Abe Laboriel, guitarrista y batería de Paul McCartney, este último hijo del famoso bajista Abraham Laboriel; Brian tocó el bajo. Está el venezolano Richard Bravo en la percusión, Fernando Tobón, Toby, en el tiple, el ukelele y el bajo; y finalmente Juanes en las guitarras acústicas.
El álbum, aunque muy rockero, aunque con mucha fuerza, es acústico, y solo hay dos o tres riffs (figura propia de la guitarra eléctrica) distorsionados. Idea acertada, luego de ver a Juanes en vivo en el Orquideorama quedaba claro que no necesitaba de los embelecos modernos para ser entretenido, contundente.
Aunque hay tres canciones que son lo de siempre: la tecnoguasca, la fusión entre el rock y la carrilera, la cumbia y el pop —entre ellas La Luz—, el disco es otra cosa. No se parece al P.A.R.C.E., no se parece a los tres importantísimos álbumes que produjo Gustavo Santaolalla —Fíjate bien, Un día normal y Mi sangre—, y a los que, parecía querer volver, fracasando cada tanto.
Loco de amor es el álbum más maduro de Juanes, sin duda. El productor, la disquera, los músicos, todos entendieron que lo que Juanes necesitaba era dejar de mirar atrás.
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