Está en la esquina entre Girardot y Bolívar. Por los balcones cafés se salen las voces de Margarita Cueto y Juan Pulido que dan la bienvenida a la casa de Hugo Alberto Arias.
Luego de atravesar dos puertas, se llega al segundo piso en el que ya no se siente el bochorno que hay en Cisneros después de un aguacero. Hay mucho que ver y los ojos se dispersan en ese lugar que se construyó en 1923, que es patrimonio municipal y en el que Hugo habita con su amada Marta desde 1977.
Por 34 años fue profesor hasta que se jubiló en 1990. "El que no me conozca es porque no es de Cisneros", dice.
Entre el estudio y la sala de música tiene repartidos unos siete mil long play, cd y casetes. Se inspiró en su carné de la Universidad de Antioquia, que manejaba unos consecutivos, para sistematizar los temas. Solo teclea el nombre y Fonoteca, dice en qué formato está y en qué lugar de la vivienda.
En el computador tiene otras 130 mil canciones clásicas y del folclor colombiano. Pero no es lo único que Hugo tiene en cantidad. No hay una cuenta precisa de sus libros y de todos los detalles que adornan cada rincón.
El bar es un balcón que se convierte en barra, "para tres personas y dos damas bien hermosas", afirma mientras mira a Marta. Tiene una colección de teléfonos antiguos, algunos de manivela, que viajaban en la locomotora.
Cada objeto transporta a otra época: en el corredor hay faroles, máquinas de coser, jarrones, porcelanas y relojes de péndulo. Un trompeta cuelga de la pared, sobre el baúl del estudio hay un misal romano y abundan las fotografías de una Marta en blanco y negro, seductora como estrella del cine.
La casa de Hugo es un sitio para la tertulia y para dejar el afán. El hombre de las gafas doradas y el cabello blanco tiene siempre una canción y una historia. Pero él es la mejor melodía.
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