Manuel Zelaya creía tener todo bajo control. Contaba con el apoyo incondicional de su aliado Hugo Chávez, transformaría la Constitución hondureña, buscaría una reelección presidencial y quizá, más adelante, modificaría los organismos del estado a su antojo. Todo estaba bien hasta la mañana del 28 de junio. El intento de Zelaya de pasar por encima de la Corte Suprema de Honduras, exacerbó los ánimos de sus antiguos aliados políticos y las instituciones en pleno de su país decidieron que había sido suficiente.
En un abrir y cerrar de ojos fue sacado del país y fue nombrado nuevo mandatario el presidente del Congreso, Roberto Micheletti. Desde ese momento, Honduras destapó en la mesa del tablero geopolítico latinoamericano varias cartas. El hemisferio se dio cuenta de que no todos los países están dispuestos a que se les imponga el socialismo chavista por más dinero que se inyecte y Honduras mostró su propuesta de renovación democrática por encima de la presión internacional. De otro lado, Estados Unidos se mostró errático en sus propuestas para América Latina y, por último, los organismos multilaterales como la Organización de Estados Americanos se vieron maniatados para resolver un problema político y dejaron más que en entredicho su capacidad para promover el diálogo.
Por ahora, tras unas elecciones con una amplia participación ciudadana en las que Porfirio Lobo fue elegido nuevo presidente, Honduras cierra el año con pocas expectativas de lograr un acuerdo político. El próximo 27 de enero, Lobo deberá asumir su cargo y si no existe una concertación nacional hondureña e internacional, el país (uno de los más pobres de la región) podría seguir en el aislamiento total.
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