Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión como reconocimiento agradecido al Señor Jesús, por elevar a tan grande posición nuestra condición humana, completando su obra, constituyéndonos a todos Hijos de Dios.
Para entender esta fiesta, considerémosla desde un contexto más amplio. Al festejar la Navidad, celebramos la encarnación -el descenso- del hijo de Dios en nuestra condición humana de creaturas. Con la Pascua de Resurrección y la Ascensión del Resucitado, celebramos con Jesucristo y por Él, el camino de nuestra ascensión y salvación. Celebramos nuestra verdadera y definitiva condición divina, como Hijos de Dios. Es, pues, la verdadera exaltación de nuestra condición y naturaleza humanas, anticipada en la persona de Jesús. Cerrándose así el ciclo de relación de amor entre Dios y el hombre, desde su encarnación hasta el retorno a la gloria del Padre, de Jesús su Hijo.
Este es el testimonio de Lucas al comienzo de los Hechos de los Apóstoles, cuando nos invita a vivir en adelante la experiencia del Resucitado, desde el destino final que nos espera al "trascender", ascender de nuestra vida hacia lo alto. En un sentido asociado, Pablo ratifica esta orientación en su carta a los Efesios, cuando pide que podamos comprender la gloria y esperanza que nos ha sido concedida en Cristo. El evangelio, de forma narrativa, ofrece una bella descripción del momento de "despedida del Resucitado" de sus compañeros y discípulos; antes de regresar definitivamente al Padre. Animándolos con la esperanza, los envía como testigos ante el mundo, del destino final de nuestra vida en Dios; prometiéndoles el don del Espíritu (Pentecostés), para acompañarlos siempre, con la fuerza de lo alto.
Cuando desde nuestra posición humana, aspiramos a crecer y ascender en cualquier condición o estado, por principio, nos vemos abocados a superar y a dejar atrás a los demás. Nuestro tiempo y su modo perverso de proceder nos han acostumbrado a creer que se crece por encima de los demás. Dejando atrás a los más pobres, débiles y necesitados. Aquellos que, bajo cualquier condición y circunstancia dejamos excluidos de forma inequitativa e injusta. En este horizonte, no podremos comprender que para ascender es necesario descender -encarnarse- y luego asumirlos a todos, los más débiles y pequeños, los oprimidos, para, finalmente como Jesús, ascender y crecer hasta alcanzar la meta y tamaño de nuestra dignidad que no se logra sino con todos. El Hijo de Dios, al hacerse hombre desciende, se inclina y agacha, desde su condición, para elevarse y elevarnos a todos; para nuestra salvación y definitiva ascensión a la gloria del Padre; para darnos la condición de Hijos de Dios. En este caso Ascender es salvar, en el caso antes descrito, es abandonar y condenar a los otros, es decir: sacar provecho, propio e individual, lo típico: destruir o negar.
Finalmente: hoy celebramos el Día de la Madre y la exaltación de la madre Laura, al grado más elevado de su condición de Hija de Dios: La Santidad. Su vida es modelo de ascensión con todos, los más pequeños y humildes. Este es el camino. Felicidades madres y santa madre Laura.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6