La situación de violencia en Libia, después de ocho meses de inaceptable represión militar del presidente Bashar al Assad contra la población, ha dado los primeros pasos hacia una guerra civil en la que la comunidad internacional ya no podrá hacerse más la de la vista gorda.
El ataque por parte de seguidores del régimen sirio ya tocó las puertas de las sedes diplomáticas de Francia, Turquía, Arabia Saudí y Catar, que en los dos últimos días han visto cómo comienzan a configurarse los mismos escenarios que provocaron la caída del dictador libio, Muammar el Gadafi.
El primero, y quizás definitivo para cambiar la historia, es la deserción de una parte del ejército sirio que se ha sumado a las protestas de los civiles y ha comenzado a copar territorios clave para Al Assad, en especial en la frontera con Turquía, hasta hace poco un aliado del régimen, que ahora se suma a las sanciones impuestas contra Damasco por la Liga Árabe, la Unión Europea y las Naciones Unidas.
El otro cambio significativo es la postura del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, quien pasó en pocas semanas de ver a Al Assad como un reformista a tildarlo ahora de "criminal".
Y no es para menos. La muerte de cerca de 396 personas en los últimos 15 días, y las 3.500 que deja la violencia desatada por el presidente sirio desde cuando comenzaron las protestas de civiles, ponen a Al Assad en el camino de Gadafi y cada vez más lejos de evitar que la llamada "primavera árabe" se tiña de más sangre y represión.
El presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, quien asumió el liderazgo de la intervención de la OTAN en Libia, parece dispuesto a gastar otra parte de la munición política que aún tiene en Europa. La decisión de retirar a su embajador en Damasco y cerrar dos consulados que fueron atacados, abren la puerta para que junto a Turquía promueva una resolución contra Siria en el Tratado del Atlántico Norte, a la que se sumaría la expulsión adoptada por la Liga Árabe.
La que no ha sido ni está clara es la posición que adoptará Estados Unidos ante los nuevos acontecimiento en Medio Oriente, pues Siria no es solo una zona estratégica para la región, sino un muro de contención para Occidente, que tiene demasiados intereses en sus relaciones con Israel y Jordania, y peligrosas amenazas por parte de Irán y de algunos sectores radicales de Hezbolá en el Líbano.
De ahí que cualquier intervención en Siria sería más compleja, larga y de impredecibles consecuencias para la región. La incidencia de grupos islamistas cercanos al régimen de Irán alentaría una confrontación armada mucho más sangrienta que la vivida por los libios con Gadafi.
Y algo más, la negativa de Rusia y de China a una operación aérea de la OTAN, en vez de ayudar a una salida negociada de Bashar al Assad del poder, lo envalentonaría aún más, tal como hasta ahora ha venido sucediendo. La tímida decisión adoptada ayer por la Liga Árabe de enviar observadores a Damasco para que investiguen los abusos de poder del régimen es otro golpe a los intentos de democracia que venían soplando en la región.
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