Ese, una piña. Aquel, maracuyá. El de más allá es kiwi. El dorado carambolo y los azules de la mitad, sandía. ¡Ah! y el de capas y curvas, repollo.
Así se ven los colores y las formas, tanto que hasta el chontaduro tiene el suyo y brilla. Es una huerta completa, pero de zapatos y bolsos.
La muestra de los estudiantes de séptimo semestre de Diseño de Vestuario de la UPB, del módulo Marroquinería y calzado, hicieron de las frutas y algunas verduras, la inspiración para crear.
Por eso miraron cada detalle. "Primero se hace la investigación de la fruta. Dónde está, cómo es, en qué terrenos crece. Luego diseñamos y conceptualizamos", explica la estudiante Vanessa Restrepo.
Y no es que los zapatos sean una piña, literalmente, pero sí tienen elementos que remiten a ésta. Una punta como la de su hoja, un poco de su textura o simple, su color amarillo. Camila Restrepo, por ejemplo, analizando esta fruta desarrolló el concepto Fractalidad punzante, "basada en las texturas y su geometría. La piña es considerada la fruta de la arquitectura".
Al principio se dejaron llevar por los sueños. Hacer esto y aquello, y uno más hasta llegar al cielo. Inspiradísimas y creativas. Luego tuvieron que poner los pies en sus zapatos, porque hay que mirar los cierres, que los tacones aguanten el peso del pie y del resto de accesorios, y tampoco olvidar el bolso, si va hacer manos libres, largo o corto, pero sin alejarse de la fruta.
La idea, cuenta la profesora Patricia Restrepo, "que haya innovación, desarrollo y transformación de insumos y logren un buen desarrollo".
Estas frutas no se comen
Los estudiantes deben jugar con la forma, con los colores, con las texturas mismas y el cuero. Eso sí, hace hincapié Patricia, que queden listos para la vitrina. "Es algo muy conceptual, pero también que funcione en el día a día, que si alguien se los va a poner, pueda hacerlo de inmediato".
Y así lo hacen ellos, porque las costuras deben ser cuidadas y hasta el mínimo detalle, como que del lápiz o el lapicero con el que marcaron para hacer el corte, no quede ni el rastro.
De ahí la importancia del proceso. Después del diseño hay que buscar los cueros y recorrerse varios lugares para encontrar el indicado. Sigue un prototipo y buscar al zapatero, ese que sea cumplido y que les sepa interpretar su idea, "porque no es fácil que lo haga", cuenta Camila. También hay que estar encima, para que el día de la entrega no salgan con que falta pegar las suelas.
Patricia indica que es un proceso de estar ahí, de mucha colaboración y además, de profesionalismo. "Deben buscar la diferenciación y no dejarse sesgar por el mercado".
El proceso inicia en cero y los jóvenes terminan sabiendo de patronaje, selección de insumos y transformación. Al final, unos zapatos con los que caminaron en el diseño y que queda, además, funcionales y cómodos.
Bien, lo que no dejaron de hacer fue disfrutar con la huerta. "Es como un respiro a la carrera, a experimentar con otras formas de vestuario", concluyen Camila y Vanessa.
Los zapatos de sus sueños y una huerta para pisar el suelo, con el sabor de la piña, el maracuyá, la granadilla y porqué no, la ciruela y la coliflor.
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