Lancemos la propuesta: que en toda oficina de Planeación y Desarrollo Urbano haya un biólogo. Se justifica: cada rato se diseñan y ejecutan obras para que nadie las utilice, o que van contra natura.
Casos abundan. Uno de los últimos es la extensión sur de la estación Itagüí del Metro (allí se deleitaría un buen profesor de Arquitectura con sus alumnos, mostrándoles qué no hacer en un diseño.) Otros son las orejas de los puentes y las zonas verdes.
Veamos. En la estación, quienes descienden por la rampa nororiental y van a tomar un bus se enfrentan a dos situaciones: desviarse hacia la calle porque no se construyeron aceras (¿?) o hacer maromas para saltar de una a tres jardineras en extraña forma de murallas. Y da pena ver ancianos y señoras con niños en brazos en tales acometidas.
La gente no va hasta el extremo a desafiar los buses. Cruza sobre las jardineras. El hombre, como todo animal, buscará ahorrar energía, salvo cuando los costos son mucho mayores.
Hay puentes en los que la acera sigue la curvatura de la oreja, mientras por la mitad de la manga se observan los caminos de quienes trazan la ruta más corta.
Michel Sockol, de la Universidad de California, y colegas, presentaron en 2007 una plausible hipótesis: caminar en dos patas es más eficiente. Por eso, sostienen, la evolución llevó al hombre al bipedalismo en un proceso de siete millones de años. Herman Pontzer, de la Universidad de Washington, demostró en The Journal of Experimental Biology, que mientras más largas las patas o piernas (dependiendo del animal y quizás de la persona) mayor ahorro de energía.
Este año se reportó en Plos One una araña que vive patas arriba, habiendo desarrollado por eso extremidades más largas que le permiten desplazamiento rápido a menor costo.
Los caracoles Littorina littorea se desplazan sobre un moco costoso de producir. Para aminorar el gasto, el esfuerzo lo hace el primero: los demás siguen la huella, demostraron Mark Davies y Janine Blackwell.
Martin Wikelski publicó en mayo que juntar las alas permite que aves migratorias soporten menos peso por unidad de área de las alas, evitando vientos y turbulencias y conservando energía.
Pero desde una cómoda oficina se decide de un plumazo (¿o brochazo?) acabar más de 500 millones de años de evolución y fijar la forma como deben moverse animales humanos y no humanos.
¡Contraten biólogos!
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