Cada año, durante la Feria de las Flores, la mayoría de la gente saca del escaparate palabras como liderazgo, grandeza y pujanza, además de sombreros, ponchos y carrieles, como para sentirse antioqueños puros. Tan alta es la fiebre regionalista que hasta la cerveza es paisa y no falta el que saca pecho para hablar de la "raza paisa", que no ha existido ni existirá jamás.
Los antioqueños tenemos fama de "echaos palante", una frase que me cae mal por recurrente; de trabajadores, de sagaces y también de tumbadores, porque desaparecieron el valor de la palabra empeñada y muchos de los criterios con que nuestros antepasados crearon empresas y se metieron de cabeza en obras gigantescas, como el túnel de la Quiebra, que está de cumpleaños y sigue siendo admirable 80 años después de su inauguración.
La propuesta de construir un túnel para subsanar el obstáculo que representaba la Quiebra fue analizada en la tesis de Alejandro López Restrepo, un estudiante de ingeniería, paisa y visionario. También era la opción más costosa y la que implicaba menos riesgos durante la operación del tren a lo largo de su vida útil, que fue más corta de lo que se esperaba. Se demoraron treinta años para tomar la decisión y tres para construirlo, no precisamente con las uñas sino con la cutícula.
Hace poco, gracias a una invitación de los Caminantes Todo Terreno (CTT), lo recorrimos a pie de boca a boca. La estación Santiago nos recibió con sus casas color de guacamaya y don Benjamín Castaño, presidente de la Junta de Acción Comunal del corregimiento, con un lamento repetido: "aquí no hay recursos para adelantar un proyecto turístico, porque la infraestructura histórica no le interesa a la administración municipal". ¡Cosa tan rara, carajo!
Ataviados de cayados y linternas atravesamos el túnel, de piedra en piedra y de polín en polín. Las paredes renegridas de hollín nos remontaron a las cavernas de algún cuento infantil, con chorros de agua que se filtran de la montaña, aire helado y oscuridad total. 3.700 metros después salimos a la estación el Limón y refrescamos gargantas en Alaska, una tienda, cantina y discoteca que nos provocó una sonrisa por el referente de nieve, hielo y frío en pleno trópico. A paso de caminantes, un, dos, un, dos, tres, llegamos a Cisneros, siempre por una vía férrea que ya no tiene tren.
Ahora van a construir la conexión vial Aburrá-Oriente y las autopistas de la montaña, de las que seguramente alguien, dentro de cien años, estará escribiendo una reseña. Mucho antes se sabrá si fueron muestras de la grandeza paisa o sólo elementos adicionales y cortoplacistas en la colección de las soluciones efímeras, elefantes blancos que llamamos, demandantes de mucho tiempo, dinero y trabajo para muy poco servicio, como algunas que conocemos, por su falta de especificaciones técnicas de calidad.
Nuestra caminada nos dejó en la retina la belleza del paisaje y en el alma el sabor agridulce de la duda sobre la no siempre bien ponderada tenacidad del antioqueño. Dije no siempre…
Sí, muy pujantes, tesos y verracos los que construyeron el túnel de la Quiebra, pero ¿cómo se les dice a los que dejaron morir el ferrocarril, por ejemplo?