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LÁGRIMAS DE GUERRA

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11 de octubre de 2014
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Hugo Tamayo llegó con la llovizna. Mientras me hacía un resumen de su vida, a mil revoluciones por minuto, salpicando temas de ayer y de hoy, de antier y de mañana, llegamos a Desde el salón del nunca más, crónicas de desplazamiento, desaparición y muerte, su libro ganador de la segunda convocatoria de Estímulos al Talento Creativo 2013 promovida por la Gobernación de Antioquia.

El título me estremeció, pero la dedicatoria me robó una sonrisa: "Cuando lo lea me escribe algo. Pero si desde la primera página no la atrapa, déjelo para cuñar puertas".

Y me atrapó desde el prólogo, escrito por Luis Fernando Macías: "…No es la voz oficial, ni el inventario seco de los muertos, es el punto de vista del campesino raso, es decir, el que se ve abocado a participar en una guerra que no es suya y en la que le corresponde matar a sus semejantes o morir en sus manos, solo por el hecho de haber nacido en una parcela que está en medio de los fuegos cruzados…".

En este libro el autor recoge las memorias de boca de los sobrevivientes de su natal Granada, en Antioquia. Pero la tragedia de las guerras de los uniformados de tres bandos se ha sentido a lo largo y ancho del país, con más sevicia en unos pueblos que en otros, dejando un reguero de dolor en todos. "Bueno, eso con los guerrilleros. Ya cuando no eran los paras era el ejército. Se puso que ya uno ni se daba cuenta cuál era el grupo que nos perseguía". Dice don Salvador, que perdió a seis de sus familiares en una guerra absurda, como suelen serlo todas, a manos de estos, de aquellos o de los otros.

Poblaciones como San Carlos, Granada, San Luis, San Rafael y Cocorná, ubicados al oriente del mapa antioqueño, fueron los más sufridos y pese a todo nos dan ejemplo: personas del común que no solo padecieron el rigor de una violencia desenfrenada sino que han sido capaces de superar esa etapa tan dolorosa de su vida a costa de muchas pérdidas: de vidas, de tierras, de raíces. Pagaron un precio altísimo, pero han depuesto odios y pasiones. Qué buen ejemplo.

Todo lo contrario sucede en las altas esferas del Gobierno: quienes tienen la dirección del Estado y se sientan en las cumbres de la política nacional viven en medio de una confrontación permanente de ultrajes y de odios. Hablan de paz pero no deponen los insultos, obran a contracorriente y, cegados por su egoísmo, que raya en enfermedad, atizan el fuego de la violencia desde sus cómodas posiciones.

Independientemente de lo que ocurre en La Habana, frente a cuyos resultados finales muchos somos pesimistas, esas peleas donde cada uno quiere hacer prevalecer sus criterios como si fueran verdades absolutas, con la connivencia de buena parte de la prensa que atiza las brasas en favor o en contra de unos y otros, son una vergüenza nacional. Qué mal ejemplo.

En momentos como este los líderes políticos y los de opinión, en vez de pelar el cobre, deberían mostrar el alma, si es que todavía les queda siquiera un pedacito. Tal vez pudiera un día germinar cualquier brote de esperanza.

Cuando Hugo se fue llovía a cántaros, como una premonición, cursi si se quiere, de que las historias de este libro inundarían de dolor mi corazón. Y así fue. Cuántas lágrimas ha derramado Colombia en nombre de la paz.

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