El encontrarme fuera del país me impidió estar con ustedes, amables lectores, durante el pasado mes de julio. Regreso para sumar mi voz a la de tantos optimistas que vemos en el cambio de gobierno una oportunidad para un nuevo estilo dentro de un propósito común como es el de lograr la paz y el desarrollo sostenibles.
Hay buenas razones para el optimismo que nace en los éxitos logrados en los ocho años de la seguridad democrática, en los nombramientos hechos por el Presidente electo, en las expresiones de aprobación de los medios de comunicación mundial, tan importantes como The Economics y el Washington Post, las del gobierno venezolano e, incluso, en las manifestaciones de la cabeza visible de las Farc.
Refiriéndome al último de los aspectos enunciados, el video enviado por alias Alfonso Cano no es suficiente para creer en la sana intención de las Farc, pero sí constituye material digno de apreciación por parte de la inteligencia militar y de los analistas políticos. Sería ingenuo e ignorante pensar que el líder guerrillero se arrepintió de sus crímenes y se volvió persona decente. En la guerra eso rara vez pasa. Lo que sí es real, dentro de la lógica que inspiran las confrontaciones armadas, es que hay circunstancias en las que es más rentable transar antes que llegar a claudicar.
Cano afirma que no es posible que lo derroten militarmente y en eso está equivocado. Sí es posible hacerlo, aunque esas victorias normalmente resultan pírricas, en cuanto son muy costosas en tiempo, vidas humanas, desarrollo económico y calidad de vida para todos los colombianos. Mi percepción sobre el momento actual es que la acción del Estado ha llevado a las Farc al punto de no retorno y que lo inmediato que el gobierno debe hacer es sostener la presión militar con decisión, inteligencia y efectividad, a la vez atender el clamor social sobre la solución de problemas estructurales. El éxito en estas acciones hará que la subversión sea sincera en sus propuestas de paz.
El diálogo que Cano propone carece de objetividad, porque resulta demasiado optimista para sus posibilidades políticas y militares. Que la subversión plantee la posibilidad de entrar a discutir con el gobierno entrante el modelo económico, la reforma política, la tenencia de tierras y la política exterior (bases militares) parece un poco ingenuo, por decir lo menos. Ello solo sería posible frente a un Estado colapsado o con una guerrilla con posibilidades de victoria, lo cual no es el caso de Colombia. Ello demuestra que las Farc siguen utilizando la demagogia como instrumento en apoyo del fusil.
La fuerza tozuda de los hechos, si el nuevo gobierno interpreta correctamente el querer nacional, les hará entender a las Farc que el fusil en poco tiempo se convertirá en un obstáculo para la dialéctica y entonces, en forma seria y objetiva, tendrán la oportunidad de presentar sus planteamientos en procura de la negociación.
Quien a partir de mañana será nuestro Presidente ha prometido un gobierno de Unidad Nacional, de Ética Superior y de Buen Gobierno.
Esos son aspectos fundamentales para disminuir los niveles de violencia y quitarle argumentos a la subversión, pero es también indispensable definir los objetivos de apoyo, las prioridades, los énfasis, los procesos, los tiempos y los recursos que permitan la complementariedad sinérgica de la Seguridad Democrática y la Prosperidad Democrática.
En ese contexto es importante definir una política pública de seguridad y convivencia urbana, que en largo plazo logre transformar la cultura de la sociedad colombiana y que en forma inmediata atienda las necesidades urgentes del 75% de la población del país que vive en tales áreas y reduzca las muertes violentas que en un 85% suceden por causas diferentes a las del conflicto armado.
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