Hace hoy veinte años que los habitantes de Medellín y Antioquia nos sacudimos con otro bombazo. El terrorismo -más cruel que la peor de las guerras de la historia local, nacional y mundial- intentaba una vez más intimidar a sus líderes de buena voluntad que soñaban construir espacios de tolerancia, inclusión, pluralismo y disciplina, e intimidar también a la ciudadanía toda, porque ese es el fin fundamental del terrorismo, como lo anticipó Golda Meir, quien fue Primera Ministra del Estado de Israel.
Y, una vez más, nos preguntamos: ¿Dónde sería? ¿Por qué sería? ¿A quién o quiénes mataría? ¿Habría entre sus víctimas alguien cercano a nosotros por nexos de sangre o amistad?
El 4 de julio de 1989 el blanco del terrorismo, siempre demencial, fue el inolvidable Gobernador de Antioquia, Antonio Roldán Betancur. Al lado de él murieron dos valientes miembros de su escolta: Luis Eduardo Rivas Tobón y Luis Fernando Rivera Arango. También perdieron el don más preciado de todo ser humano, la vida, Rodrigo de Jesús Garcés Montoya, ex concejal de Itagüí, quien conducía un Renault 6; Rigoberto Hernández Giraldo, quien trabajaba en la construcción del Tren Metropolitano; y el estudiante universitario Alberto Moreno Saldarriaga, una de cuyas hermanas nos escribió ayer un mensaje que debe servirnos de reflexión. En él nos expresó, con toda razón, su profundo dolor porque a esta casa periodística le faltó rendir homenaje a quienes murieron con el Gobernador Roldán Betancur.
Se pregunta la señora Moreno, qué pasó con las otras víctimas, y termina su mensaje: "¿Sabe qué pasa? Se nos está volviendo duro el corazón, y la solidaridad no es sólo con los importantes sino con los que son los desconocidos y han sido una cuota muy grande de sangre en esta guerra absurda".
Alberto Moreno Saldarriaga, estamos seguros, tenía mucho en común con el Gobernador Roldán, sus escoltas inmolados, y los señores Garcés y Hernández: El sueño de construir un país mejor en donde todos sus habitantes podamos morir de viejos o de muerte natural. En donde haya vida digna, equidad e igualdad de oportunidades para todos. Un país sin señalados ni excluidos, donde los valores humanos y cristianos imperen, la justicia sea justa, y haya unos mínimos éticos que todos acojamos por convicción íntima y no porque nos los impongan.
El Gobernador Roldán y las otras personas que murieron en este cruel atentado son seres de luz, muy cercanos a Dios, esa Luz y Vida plenas. Ellos son faro y guía para sus seres queridos y para todos aquellos que queramos aprender de su ejemplo.
Quienes pudieron morir en ese atentado pero no se fueron: los señores Fáber López y Jesús Daniel Arias Martínez; don Rodrigo Evelio Pérez Chavarría, Conductor del carro al servicio del Gobernador; y el Oficial Luis Guillermo Gil, Jefe de la Escolta, deben tener una inmensa cicatriz en el alma y un testimonio que todos deberíamos oír. Para ellos, la vida humana ha de tener un sentido inmensamente más trascendente.
Que este editorial sea un homenaje al Gobernador inmolado y a quienes murieron con él; que sea consuelo para sus familias; que acreciente o haga nacer en todos el deseo de construir una Colombia mejor y el pleno sentido de la solidaridad, una de cuyas definiciones es: la incapacidad de sentirnos bien y ser felices, si, por una u otra razón, quienes nos rodean no pueden sentirse bien o estar felices.
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