El esperado buque hospital Comfort, dotado con 600 médicos y un millar de camas de hospital, llegó este miércoles a las costas de Haití y de inmediato recibió sus primeros pacientes, un niño de seis años y un joven de 20, cuyas vidas corrían peligro.
Según fuentes del Comando Sur, el niño, quien tenía la pelvis aplastada, con perforación en la vejiga y la uretra, y el joven, con el cráneo roto y posiblemente una cervical quebrada, fueron trasladados en helicóptero del buque "Vinson" al "Comfort", que cuenta con varios quirófanos bien dotados y unidad de cuidados intensivos.
Delicada situación
Richardson Lagredelle aún hablaba cuando los equipos médicos le trasladaron al hospital de la ONU, tras pasar cuatro días atrapado entre los escombros provocados por el terremoto del martes.
El joven de 28 años es robusto y fuerte pero cuando le llevaron al centro médico, la gangrena se extendía por su pierna izquierda fracturada y su cuerpo sufría una infección que causaba una fuerte deshidratación.
Músculos cada vez más débiles generaban una fuerte presión en sus piernas hinchadas y liberaban toxinas y sales que atacaban los riñones.
"Está muriendo frente a nuestros ojos", dijo el doctor Roberto Feliz. "Lo más frustrante es que no tenemos el material básico que lo salvaría".
"Es un chico joven y fuerte. En cualquier hospital normal sobreviviría", indicó.
Sin embargo, con los principales hospitales de Haití destruidos o dañados por el terremoto de la semana pasada, de magnitud 7,0, el centro médico de Naciones Unidas es el mejor en estos momentos.
Aún así, sus dos amplias carpas están tan abarrotadas de pacientes gravemente heridos que otros son forzados a permanecer fuera. Hay una gran escasez de equipamiento básico, desde sistemas de monitoreo de corazón, a intubadores, ventiladores e incluso oxígeno.
Feliz, un anestesista dominicano con sede en el Boston Medical Center, dijo que podría salvar al joven trabajador de la limpieza si le amputaba una pierna. Sin embargo, la operación sólo podría realizarse si lograban rehidratar a Lagredelle lo suficiente.
Con su madre Yannick al lado, el joven haitiano empezó a delirar hacia las 10:45 de la mañana. El fluido intravenoso no funcionaba así que los médicos cortaron su bata de paciente para que la manga no cortara la circulación.
Le dieron 12 litros de agua, pero tener sin un sistema de control lo único que podían hacer era esperar.
"Si logramos que orine y no vemos sangre, entonces podemos operar", dijo Feliz, obsesionado con lograr que Lagredelle sobreviva. "Tenemos al menos un 20% de posibilidades de que sobreviva".
A las 11:15 de la mañana su condición era crítica y algunos médicos preferían dejarle morir para dedicarse a las decenas de otros haitianos que necesitaban ayuda urgente.
El doctor Enrique Ginzerbg, sin embargo, intentó reavivar al paciente con más fluidos intravenosos y elevando sus piernas para que más sangre llegara al corazón.
Sus señales vitales mejoraron y su presión sanguínea subió a 100, pero los espasmos esporádicos llegaron hacia las 11:45 de la mañana.
"¡Oh no, Se nos va!", gritaron los médicos a medida que más especialistas se apresuraban para intentar la resucitación.
A las 11:58 de la mañana la sonrisa de Feliz se evaporó.