En la defensa de una investigación de maestría escuché recientemente en la Universidad de Antioquia una excelente definición de currículo. Se decía que correspondía a todo cuanto ocurre en el aula. Pero a renglón seguido hacían una aclaración alentadora para los aires de la nueva escuela que tantos anhelamos: que el aula no se limita a las cuatro paredes del salón de clase, sino que salta a los otros espacios institucionales y al entorno social, en el marco de la pretendida "ciudad educadora".
Quiere decir que los procesos de formación son formales, de aula, pero también se dan en la informalidad, en la interacción cotidiana, en esa mezcla de lógica y azar que aporta el diario vivir cuando tenemos conciencia de ser parte de un territorio y un colectivo.
Me atrevería a afirmar que, más que en las clases, es en el tiempo y lugar de las escenas informales en las que los estudiantes tienen las mayores posibilidades para la socialización; esas son la franja vital en la que las interacciones son más amplias y de mayor impacto en su formación.
Contexto éste suficiente para darles a los "descansos pedagógicos" la importancia que se merecen en las pretensiones educacionales. A muchos escolares les hemos escuchado que su mayor motivación para asistir al colegio es el encuentro con sus pares, y que son esas experiencias de roce interpersonal las que tejen los mejores recuerdos de su paso por la escolaridad.
Así que me parece grave la tendencia a desestimar la importancia de estas franjas escolares de socialización, porque así vamos a formar autistas, de pronto, personas con enormes destrezas y habilidades, pero con nula capacidad para relacionarse con los demás, para formar esa sensación de identidad no individual, sino colectiva, que posiblemente sea la mayor precariedad que tiene la sociedad de hoy.
Los descansos pedagógicos hacen parte entonces del programa de formación de los estudiantes, y son, por consiguiente, otro elemento del currículo y de la asignación académica de los docentes.
De ahí que, para dirimir el impasse con las autoridades educativas, encuentre pertinente la alternativa que han recomendado las agremiaciones del magisterio a las instituciones educativas, en el sentido de crear dentro del Proyecto Educativo una "asignatura optativa", contemplada en la Ley 115, Ley General de Educación, que se desarrolle durante esos tiempos y dé legalidad académica a los descansos pedagógicos. En un ambiente de respetuoso acompañamiento a la libre iniciativa de los estudiantes, jamás de vigilancia, puede darse allí un vínculo significativo con sus directivos y docentes, al hilo de actividades lúdicas y pro-sociales.
En definitiva, es un error craso pensar que la escuela es sólo para dar clases. Nada más lejano de la misión primordial de la escolaridad: formar para la vida.
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