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LOS DESERTORES

  • LOS DESERTORES
29 de abril de 2014
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El fallo del Consejo Electoral les dañó la fiesta a los goditos arribistas que pensaban aterrizar sin contratiempos en las toldas reeleccionistas de Santos. No tendrán patente de corso para dejar tirada a la candidata presidencial conservadora. Si quieren hacerlo, los congresistas conversos podrían incurrir en doble militancia. El derecho al pataleo para soslayar su apostasía los tiene rebrujando el leguleyismo para ver cómo escapan de la ley.

La deserción y la burocratización de nuestras colectividades –históricas y nuevas– patentizan unas instituciones partidistas, volátiles, débiles y hasta anacrónicas. Con escopeta regadora reparten avales a todos los aventureros sin exigirles militancia comprobada en las colectividades. Esta inescrupulosa dádiva estimula a cambiar de partido. Refleja falta de ética y de claridad. Constituye una carga difícil de llevar y de justificar.

Quizá Churchill fue uno de los pocos que pudo dar dos veces esas volteretas. Pero su sagacidad y talento lo hacían inmune a sus malabarismos. Era un político fuera de serie. Esta excepción confirma la regla. La gran mayoría de los que han sido proclives a la transfugancia son renegados vergonzantes.

El oportunismo es uno de los más feos vicios políticos en este medio colombiano. Evidencia su práctica el colmo de la ambición, de la falta de carácter y la ausencia de principios. Es el reflejo de la carencia de escrúpulos. Las trashumancias son moralmente despreciables y políticamente suicidas.

El desertor –y para qué hacer la lista de quienes exhiben este rótulo bajo el techo del Capitolio Nacional, porque se haría fatigante– adquiere la fe del fundamentalista. Su actor tiene que hacer grandes esfuerzos para convencer a sus nuevos capataces y aliados de que cree y confiesa a pie juntillas en lo que ahora predica. Es la fe del converso la más recalcitrante para hacer de su protagonista un fanático del nuevo credo.

De traiciones y renegados está llena la historia. No solo la nuestra sino la universal. Los hombres débiles, los tránsfugas, abundan en los mosaicos de los partidos políticos. Son atraídos para cambiar de militancia, por las cuotas de poder, halagos que los conquistan, así estos sean cicateros.

Tantos apóstatas laicos le dan la estocada a la respetabilidad y credibilidad de los partidos colombianos. Son colectividades, no siempre reflejo del pluralismo o riqueza de opinión, que con el caciquismo y el caudillismo enturbian y enredan la eficacia del Congreso. Hoy las leyes, más que discutidas, tienen que ser negociadas para darle gusto y ración a prorrata de su presencia e influencia numérica en el Legislativo.

La operatividad del eje partido de gobierno y partido de oposición, aún es difícil de protocolizarse plenamente en Colombia. Para su adecuada vigencia tendrían que reconstruirse los partidos, basados en la transparencia, en la ética, en la ideología. Y eso no es fácil en medio del malabarismo que daña la esencia y la seriedad que debe tener la política, como arte de gobernar con eficiencia y honor. Esa decadencia se refleja en todas las encuestas que condenan a los partidos y al Congreso a los últimos lugares de credibilidad y confianza en el ranquin de las instituciones colombianas.

¿Los conservadores amigos de la reelección van a suicidarse en el otoño de sus vidas?

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