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Los paisajes de Marta Santa María llegan hasta el Club Campestre

Mañana será la inauguración de la exposición que beneficiará a la Fundación Canasta de Máter.

  • Los paisajes de Marta Santa María llegan hasta el Club Campestre | Si bien la obra de Marta Santa María sobrepasa las mil piezas, ella, al igual que su padre Alejo Santa María ha sido de pocas exposiciones. Con la actual ajusta siete. FOTO JUAN ANTONIO SÁNCHEZ
    Los paisajes de Marta Santa María llegan hasta el Club Campestre | Si bien la obra de Marta Santa María sobrepasa las mil piezas, ella, al igual que su padre Alejo Santa María ha sido de pocas exposiciones. Con la actual ajusta siete. FOTO JUAN ANTONIO SÁNCHEZ
15 de octubre de 2012
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La herencia paterna no la puede negar. Marta Santa María no solo siguió los pasos de Alejo Santa María , su padre, sino que además de la pasión por el arte ha preferido siempre el paisajismo, “así sea el último dinosaurio”.

Empezó desde que estaba muy niña, por insinuación de su papá, quien la llevaba a ella y a su hermana, a las tertulias en las que Ricardo Gómez Campuzano y Alejo Santa María intercambiaban su amor por el arte entre pinceladas.

A ello se sumarían las clases que empezaron a dictar los Benedictinos, a su llegada a Medellín, donde el padre Martín Canys , alumno directo de un alumno de Renoir , fue su mentor.

“Eran unas clases interesantísimas, más que todo de historia del arte, y eso duró varios años. El cogía una obra de cualquier museo y empezaba a explicarla. Nos hacía hacer composiciones inventadas por nosotros, usando la geometría o el diseño de algún cuadro. Por ejemplo, hagan un Nacimiento, decía, con las figuras en grupos triangulares. Eso era una disciplina y más que todo como crítica de arte”, recuerda Marta Santa María .

Fue tal el potencial que el padre Canys encontró en Marta que sin importarle la edad -tenía entonces 12 años-, le propuso que se fuera a París a estudiar pintura.

Por supuesto don Alejandro se opuso a la propuesta y Marta siguió su vida en su natal Medellín. Se casó con el ingeniero y columnista Hernán González Rodríguez, con quien tiene dos hijos, y ha contado siempre con su apoyo. “Siempre me ha animado para que pinte”.

Y lo ha hecho, aunque confiesa que no de tiempo completo, “porque uno como mamá y ama de casa tiene muchas cosas que atender”.

Efecto Mozart
Marta tiene dos caballetes, uno en su casa en El Poblado y otro en la finca en el Suroeste antioqueño, donde pasa parte de la semana.

Para ella los paisajes no son materia de alta dificultad, como sí lo son las obras con figuras y proyección de distancias con las que “hay que pensarlo más para no cometer errores en los volúmenes y tamaños”. Pero al igual que su papá, cuando de paisajes se trata y escucha violines “se van solos”.

Confiesa que su músico de cabecera es Wolfgang Amadeus Mozart. “Me encanta y he comprobado que conmigo es cierto que el efecto Mozart funciona”. Lo dice porque es en esos momentos, mientras lo escucha, cuando más absorta está en su trabajo.

Aunque ha incursionado en la técnica con acrílico, precisa que no cambia el óleo por nada. “El acrílico se seca muy rápido y con óleo uno puede corregir sobre la obra”.

Puro realismo
En cuanto al estilo, a Marta Santa María le gusta “el que uno sienta y no tenga que explicar”.

Es enfática al afirmar que cuando inventaron el arte conceptual se enredó todo. “Ahí fue cuando la belleza dejó de ser un concepto universal, porque si para una persona puede ser arte una cosa abstracta, cuando hay que explicarlo ya no es para todo el mundo”.

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