Después del primer encuentro en Oslo, las delegaciones del Gobierno y las Farc viajaron entre jueves y viernes de regreso a Colombia y Cuba, donde se reanudarán los diálogos de paz el próximo 15 de noviembre.
Al margen de la reunión realizada en la capital noruega para definir la metodología de la negociación y la aparición pública ante la prensa, llamaron la atención algunos detalles de la travesía de los negociadores de ambas partes.
Hasta última hora el equipo negociador, encabezado por Humberto de la Calle, se desplazó a Oslo a bordo del avión Júpiter de la Fuerza Aérea (matrícula 12-02), en un vuelo sin escalas de más de 10 horas para alcanzar a llegar a tiempo a la primera reunión y la rueda de prensa.
El viaje estaba planeado para el pasado viernes, en vuelos comerciales, pero la inclusión inesperada y a última a hora, de la holandesa Tanja Nijmeijer, supuso un contratiempo que aplazó el viaje de varios voceros de la guerrilla, entre ellos su líder en los diálogos, alias “Iván Márquez”.
Por ser ciudadana extranjera y tener orden de captura internacional de Interpol, solicitada por Estados Unidos, la cancelación a tiempo se salía de las manos del Gobierno. Eso impidió que apareciera la holandesa en Oslo.
Un trino del jefe de las Farc, alias “Timochenko”, dio pistas sobre el impasse. “Santas sorpresas: El temor a la enfermedad holandesa trasciende la economía y llega hasta la mesa de La Habana y Oslo. ¿Tulipanes negros?”
En ese momento la presencia de Tanja ya era interpretada como una jugada de la guerrilla de atraer la atención internacional a su favor en el comienzo del proceso de paz.
Además, por la demora, la presencia de alias “Iván Márquez” en Oslo estuvo en duda hasta comienzos de la semana, dicen fuentes cercanas al proceso. Por esa razón las reservas en aerolíneas para la delegación de nueve personas se cancelaron varias veces.
Entonces, ante el riesgo de una nueva “silla vacía”, el Gobierno decidió esperar que el grupo de guerrilleros se reuniera en Cuba y partiera a Oslo, en un vuelo charter pagado por el Gobierno noruego.
Con esa certeza se autorizó el viaje, pero con el tiempo en contra, se decidió usar un avión militar, el cual debía tener autonomía de más de 10 horas para volar, sin escalas en París, hasta la nórdica y fría ciudad de Oslo.
La Fuerza Aérea facilitó su moderno avión, uno de los más grandes de la flotilla, para el viaje transatlántico y el Gobierno pagó el combustible.
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