Si los talleres de los pintores tienen el piso pintado, los de los escultores tienen obras de este lado y del otro. Materiales en esa mesa y en la de más acá. Hay instrumentos (grandes, medianos y pequeñísimos). Hay polvo. Lo que pasa es que eso depende del escultor.
Ani Mesa camina por un sendero y luego llega a otra parte de la casa, que ya no se llama casa: es el estudio. Entonces entra a un túnel luminoso y luego aparecen las mesas y las esculturas y la silla para el modelo y el barro. Es un espacio circular. Ani está estrenando taller. No porque sea nueva en la escultura, por supuesto, sino porque así como está, con todo lo que hay en él, para hacer lo que se le ocurre, lo tiene hace un año.
Entonces lo primero que puede decir, antes de cualquier otra, y que puede repetir tantas veces pueda repetir, es "en este estudio soy feliz". Todos los días va. Lo más temprano que pueda, porque ella, además de artista, es mamá de cuatro hijos. Es el ratico que le quede.
Aunque estaba con la cera perdida y el bronce, ahora se dedica al mármol. "Lo que más me gusta es pegarle a una piedra. El juego de poner y quitar también es escultura, pero el verdadero reto es cuando das un martillazo y estás tan seguro que empiezas a sacar una forma de un bloque. Esa figura que está ahí adentro".
Primero piensa qué le cabe en el tamaño de la piedra. Ella es de figuras humanas, de poses contorsionadas. Entre más movimiento, mejor. Cuando está la imagen en su cabeza llama al modelo. Toma fotos para que después pueda volver a la pose. "Es hacer un croquis". Se preocupa por la tridimensionalidad. Toma su bloque de barro y modela. A quitar y a quitar. Tiene que ser exacta. Cuando vaya a la piedra cada golpe es exacto. No se puede devolver. La piedra no vuelve a crecer.
Cuando en el barro aparece la figura, baja un piso. Cambia todo: ya no está tan limpio. Ya necesita gafas, máscara, audífonos, guantes. Prende el compresor y ahí está la piedra. Ella y ella. Algunas veces saca el cincel y vuelve al estilo del antes: a la escultura a punta de martillo.
Conceptual
Freddy no siempre está solo en esas cuatro paredes. Ni tampoco en las otras cuatro. Él no tiene un solo taller. Son dos. No está solo porque tiene un equipo de trabajo. Las ideas son de él. La obra es de él. Lo técnico es de ellos. "Yo les planteo unas ideas y me aterrizan, a veces, de acuerdo a lo que permiten los materiales y las estructuras". Ha trabajado con albañiles y también con ingenieros constructores. Todo depende de la obra.
En un estante del estudio tiene unos bocetos fallidos de esculturas (esculturitas, más bien) en resina. No tuvo en cuenta la exotermia e hizo un diseño que le gustaba mucho, pero que técnicamente, por el volumen de la pieza, no logró: volvieron a empezar. "Estas son las aventuras técnicas. A veces no se conocen los materiales, uno se equivoca un poco. Lo que aprende es que es muy importante una investigación exhaustiva del material".
Freddy es un estudioso exhaustivo. Un observador. También es pintor y su taller tiene las dos cosas. Esculturas y pinturas, juntas. "La escultura me ha interesado siempre desde el ensamblaje. Me gusta mucho la interferencia de los lugares con el objeto escultórico". Ahí están esos objetos que parecen piedras, pero que no son sino objetos construidos para hacer referencia. Para hacer paradojas.
En su taller, en el primero, está la mesa. Están los estantes. Están las esculturas. Están las herramientas de mano, los pinceles, el carrito con las tintas y las pinturas. Hay muchas tijeras (grandes, medianas, pequeñitas). "Uno se vuelve muy antojado. Quiere tener todo a la mano. Todo lo que pueda necesitar en algún momento". Lo que le hace falta, por supuesto, es más área, y no porque no sea suficiente.
El otro taller es para la madera. Ese es uno de sus materiales. Ahora también le interesan las resinas poliéster con fibra de vidrio. Todo depende. Para una obra que expuso en el Museo del Agua necesitó poncheras. ¡Lo complejo que fue conseguir esas poncheras… Ir de chatarrería en chatarrería. Pagar y esperar. Por eso recicla, y en este taller hay un lugar para ello. El cuarto escondido, el que no muestra, en el que recoge lo que sirvió para algo y puede servir para otra: ahí están las poncheras, una encima de otra. Ahora son otra vez lo que son, solamente. Esperan. Después, si a Freddy se le ocurre, volverán a ser arte.
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