El debate sobre la violencia con armas de fuego como enfermedad social está abierto en Estados Unidos por cuenta de las masacres recientes, incluida la ocurrida ayer cerca de la Universidad A&M de Texas, en donde un hombre mató a dos personas y fue dado de baja por la Policía.
El hecho sucede cuando están vivas aún las escenas de dolor que precedieron a la muerte de siete personas, el pasado 5 de agosto, en un templo de la doctrina religiosa sij, en Milwakee, así como al tiroteo ocurrido hace dos semanas en una sala de cine en Colorado, en el que murieron 12 personas y resultaron heridas otras 58.
El incremento en la periodicidad de las matanzas llevó a expertos en violencia con armas de fuego en E.U. a trascender la eterna discusión sobre la permisividad de la ley estadounidense a la hora de adquirir armas, situación que exige una aproximación renovada a las políticas de salud pública.
“Se trata de una visión más amplia, que tiene en cuanta factores relacionados con el asesino, las armas, el ambiente físico y el ambiente social, particularmente políticas relacionadas con la posesión y uso de armas de fuego”, dijo a EL COLOMBIANO el médico Garen Wintemute, director del Programa de Investigación sobre Prevención de la Violencia en la Universidad de California.
El galeno, que estudia desde hace años la relación entre la posesión de armas de fuego y ciertos comportamientos riesgosos relacionados con el consumo de alcohol, amplió el horizonte de su investigación y propuso abordar la salud pública con políticas basadas en pruebas científicas sólidas.
“Con esta propuesta se busca hacer el bien máximo a la mayor cantidad de personas”, explicó Wintemute, quien no desconoce que la sociedad norteamericana está inundada de armas.
Cifras del FBI indican que en el país del norte hay cerca de 300 millones de armas de fuego en manos de civiles y que cada año miles de personas inundan las salas de emergencia de los centros de salud con heridas de disparos (ver ilustración).
Con otros ojos
Hasta el momento, el fenómeno de violencia se ha abordado a través del análisis de cada caso puntual, por lo que la observación de los asesinos se convierte en la principal fuente de información para diseñar políticas de prevención.
Sin embargo, para el director del Centro de Investigación de Traumas de la Escuela de Medicina de Wisconsin, Stephen Hargarten, el fenó meno debe enfrentarse desde una perspectiva social.
“Tenemos un problema de salud pública que atender. ¿Vamos a esperar al siguiente estallido o hay algo que podamos hacer para evitarlo?”, dijo el experto a AP.
Hargarten, quien atendió a varias de las víctimas del tiroteo en el templo sij, como jefe de emergencias en el hospital Froedtert, se mostró angustiado por la posibilidad de que estos actos de violencia se conviertan en una nueva norma social.
Pero Wintemute, por su parte, tiene puesta la fe en esta nueva forma de mirar la violencia, la cual viene desarrollando desde hace 30 años, y que asume la educación como parte fundamental de un proceso de reducción de los índices de muertes por tiroteos.
“Se propone una educación básica de calidad que incremente las posibilidades de que una persona joven pueda hallar empleo y sea productiva a largo plazo”, concluyó el especialista.
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