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MATAR EL TIEMPO

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14 de mayo de 2013
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Estar aburrido, llenar crucigramas, hacer pasatiempos, matar el tiempo: estas son expresiones de gentes a quienes les quedó sobrando la vida, o al menos parte de la vida. Les dieron demasiada duración, sus días deberían iluminar menos horas, son condenados a ignorar la intensidad de los minutos.

A lo largo del oscurantismo medieval existió la apodada ‘clase ociosa’, compuesta por aristócratas corroídos por el tedio. La Revolución Francesa fue insurrección de la historia contra estos parásitos que bostezaban en palacios, convencidos del origen divino de sus prerrogativas.

A estos desocupados nobles y a sus herederos espirituales que hoy se permiten aburrirse, se les aplica la sentencia del maestro de la literatura brasilera Joaquín María Machado de Assís, máximo narrador del XIX: "matamos el tiempo; el tiempo nos entierra".

El tiempo, gran sepulturero, es superior a toda veleidad humana. Uno a uno van cayendo bajo su ley los errantes fugaces que son las criaturas del mismo tiempo. Ser hijos del tiempo significa que nuestro único patrimonio genuino, el íngrimo tesoro con que contamos son las horas.

Nos pagan por ellas en forma de salario, esa manera de tasar el tesoro individual en la gigantesca maquinaria productiva. "El tiempo es oro", reza la consigna utilitaria que ha convertido a algunos en magnates, sobre las espaldas de las mayorías. Guarda una verdad: quienes estiman la riqueza material comprendieron desde el comienzo que las fortunas destilan del único manantial que agrega valor, el tiempo invertido en forjarlas.

Lo que rige para dinero, joyas e inversiones, conserva virtud cuando se trata de dar origen o incrementar el patrimonio inmaterial. Aprender a diferenciar una tormenta marina, de un furioso óleo de William Turner, implica poner al genio inglés en contexto de la pintura universal y de sus criterios de valía. Y esta operación cuesta tiempo de estudio, contemplación y temple sensorial.

Artes, descubrimientos científicos, audacias hacia el Himalaya, indagación sobre sentidos de la vida, exploraciones sobre vías que conduzcan al inconsciente y los sueños, arañazos sobre el más allá de la muerte, son gestas para cuya coronación no le es dado al hombre más que el encanto del tiempo. De ahí que quien necesite matar el tiempo está en realidad alimentando a su propio enterrador.

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