En el Parque de Berrío, en su mitad norte, dicen: "En este sitio hay tantos músicos que usted los encuentra hasta de un solo ojo". Y uno de los músicos de un solo ojo es Jairo de Jesús Gómez Tobón . Con su ojo izquierdo tapado con un cuero negro, parece un pirata, un pirata cantor.
Al lado de sus compañeros, Gil Miller Guerray Gustavo Jiménez , se sienta en la jardinera que rodea la estatua de Pedro Justo Berrío, a interpretar música de carrilera, ante un público conformado por transeúntes que hacen una pausa en ese afán de llegar a ninguna parte para escuchar al menos un fragmento de canción.
"Este trío se llama Los Amigos -dice Gómez Tobón-. Uno canta a veces con unos, a veces con otros. -Añade:- usted sabe: el folklor es del campo." Y allá, ellos alternan con recolección de cosechas. "La de café dura tres meses. Después, a tirar rula todo un día por 20 mil pesos".
Si llegaras de nuevo a mi vida/ como el sol que nace en una alborada./ Si me dieras la gloria que espero/ al darme en tus ojos tu linda mirada.
Es curioso: en el Parque, solo la mitad norte se llena de músicos. En la otra, la vida la hacen transeúntes, vendedores de minutos de celular, lustrabotas, expendedores de golosinas y cigarrillos; ningún cantor. Como si una línea invisible mantuviera encerrados a los artistas en ese rectángulo.
Desde la mañana hay músicos. Sin embargo, a partir del mediodía el sitio se convierte en un hervidero. Y cuando la luz del Sol es oblicua, se torna una fiesta: se cuentan hasta 10 corrillos alrededor de duetos y tríos de guitarras y guacharacas, entonando canciones de carrilera, parrandera, valses y pasillos. Sin contar a algunos guitarristas que andan de un grupo a otro, espectadores con su instrumento guardado en la funda colgada al hombro, sin decidirse a empezar.
De qué me sirve entregarme/ en cuerpo y alma/ de que me sirve serte fiel y amarte tanto/ si hasta mi voz y mi presencia te repudia/ y cuando un beso quiero darte/ me rechazas.
El rey salió de aquí
Flórez, el de Flórez y Grajales, está sin Grajales oyendo música. Es uno de quienes permanece con la guitarra terciada. ¿Qué espera? Que la situación mejore. Por ahora, los corrillos tienen su público, es cierto, pero no le parece que los peatones sean tan copiosos como para fundar otro fogoncito musical.
A su lado, Antonio Pineda , espectador habitual, alista un billete de mil pesos para dejarlo caer en la funda de los cantantes. Conversan. Coinciden en que los músicos han ocupado el Parque desde hace unos 40 años. " Darío Gómez se hizo aquí. ¡Porque el que cante en el Parque, canta en cualquier parte!". "Y qué me dice del Dueto Revelación. Después de las nueve, seguía cantando en el bar Quinta Avenida".
Flórez dice que su nombre es Luis Eduardo y que hay días en los cuales no hace más de 8 mil pesos para repartirlos con Grajales. Para resumir su suerte, canta en voz baja: Yo vivo mi vida como Dios me ayude/ por culpa de otro no voy a sufrir,/ no veo el motivo de llorar por eso,/ si sé que algún día yo me voy a ir. Y hablando otra vez con su amigo: "Se lo dije como lo expresa el Dueto Revelación".
Revela su secreto: "Uno debe ser atrevido, pero no fastidioso. Cuando usted canta música parrandera, debe acompañar el canto con una mirada picaresca y alegre, mas no vulgar. Mirar a una mujer del público, luego a otra y después a una tercera; no quedarse viendo a una sola".
Mi hijastra tuvo un hijo que era hermano y nieto mío/ por ser hijo de mi hija e hijo de mi papá./ Mi mujer es hoy mi abuela por ser madre de mi madre./ Esto es un tremendo lío, desenrede si es capaz.
En el centro de un grupo con olor al sudor de trabajadores, aliento de guaros y guarilaques de alcohólicos y vaho de café emergente de los termos de las vendedoras que rondan constantemente, tres hombres, uno de ellos con poncho y sombrero, se roban el espectáculo vespertino. El cantante principal es dueño de una voz de esmeril.
Cuando al panteón ya me lleven/ no quiero llanto de nadie. Solo que me estén cantando/ la canción que más me agrade. El luto llévenlo dentro/ teñido con buena sangre.
"A mí me han llevado a cantar en salas de velación, pero todavía no en un cementerio", cuenta Alberto Jiménez , del Dueto Las Acacias, otro de quienes andan con su guitarra al hombro. Su figura delgada hace ver ese traje suyo, saco y corbata, como colgado en un gancho de exhibición más que cubriendo el cuerpo de un hombre. Su cara es alargada y curtida por la intemperie.
Cuenta que el nombre de su grupo lo decidieron por la frecuencia con la cual deben cantar el pasillo homónimo, famoso en la interpretación del Dueto de Antaño. "Modestia aparte", la cantan muy bien. Cuando no van al Parque, recorren bares y cantinas de El Salvador, La Milagrosa y Boston.
"Para mí no es impactante cantar en un velorio porque antes de venir a Medellín trabajaba en una funeraria de Alejandría. Me tocaba hacer todo con el muerto: reclamarlo en la morgue, abrirlo, embalsamarlo, arreglarlo y llevarlo al velorio, a la iglesia y al camposanto. La muerte es apenas un paso de esta vida a la otra, pero nada horrible. Aunque tengo claro que en ese paso está Dios esperándonos".
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