La capacidad de asombro de los colombianos parece inagotable. Cada día se revive en el medio nacional aquella frase de Gabo, que por lo repetida se ha vuelto manida: en este país la realidad supera la ficción. Lo insólito es ya lo cotidiano.
El cúmulo de denuncias contra el fisco, sea por evasión, elusión, desgreño y demandas, llega a cifras siderales. Es un Estado, ya no fallido por acción de las mafias del narcotráfico, sino físicamente defraudado por el peso de los compromisos que debe atender de quienes se sienten perjudicados por decisiones torpes, mañosas o improvisadas de sus funcionarios.
Este es un Estado en donde todo se está volviendo negociable.
El Presidente busca a los partidos y los retazos de colectividades, para poner en marcha la "gobernabilidad". Los anestesia con burocracia. Con la boca llena, sería mala educación protestar. Algunas individualidades practican el libre examen. Voces insulares ejercen el protagonismo de oposición, sin ningún resultado práctico para el libre juego de la democracia real. Es una comedia con actores bufos.
El Congreso busca a la Corte Suprema para transar posiciones frente a la reforma a la justicia. Un presidente de alguna de las tantas altas corporaciones judiciales que la Carta del 91 en su bondad nos dio, supedita el apoyo a la reforma -según denunciaba El Espectador- "a que se aumente la edad de jubilación de los magistrados a los 70 años y el período de los togados a 12 años". Es decir, si quieren que demos, nos deben dar. Lo más insólito, en esta serie de extravagancias nacionales, que ya poco asombran a los desconcertados ciudadanos, es que aquel magistrado que habría hecho la exigencia, "sería uno de los favorecidos inmediatos, al estar a punto de jubilarse" según recaba el periódico que fuera de los Cano.
Todo se negocia cuando no hay principios. Cuando se carece de propósitos nacionales. En la Justicia parece que la regla del mejor postor se abre camino.
Así que para que un proyecto de interés nacional haga curso normal, sin mayores sobresaltos, sea en el Ejecutivo o en el Congreso, debe ser negociado.
No se abre paso por ir de acuerdo con las conveniencias nacionales o los beneficios que produzca a la ciudadanía. Debe ser concertado con todas las apetencias y egoísmos individuales de quienes tienen poder e influencia para que se convierta en ley.
¿Será todo esto herencia de lo que fue, en su degeneración, el Frente Nacional? ¿Una criatura bien concebida, bien intencionada y necesaria en su momento, que se fue pervirtiendo a medida que la voracidad burocrática de cada uno de los socios, exigía mayor participación en el presupuesto nacional?
¿Será la actual mesa de la Unidad Nacional santista, un mostrador en donde hay toda clase de apuestas, en donde se juega con verdades y cañazos para obtener gabelas, no con sentido de políticas nacionales sino de conveniencias partidistas?
P. D.: Es tan chabacana la letra del Himno Nacional, que Shakira, con su lapsus, en algo la mejoró.
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