Para creer que la profe Maritza Quintero era de esas cuyos gritos retumban por todo el salón habría que verlo.
Hoy la maestra es calmada, habla en tono bajo y logra literalmente que todos sus alumnos se pongan el candado en la boca.
Esfuerzos de Paz es una de las tres sedes de la Escuela empresarial de educación que desde hace tres años tiene un padrino al otro lado de la ciudad: el Colegio Montessori.
Ubicada en la parte alta de Villatina, la escuela no tiene espacios para la recreación, por el contrario de puertas para afuera pasan los colectivos que suben por la calle sin pavimentar hasta el sector que en 1988 sufrió uno de las tragedias naturales más dolorosas para la ciudad en los últimos años.
Son sólo dos salones los que conforman la escuela. En inicial hay 35 niños de 2 a 4 años y en preescolar, los de Maritza, 40 de unos 5 a 6 años.
Dependiendo de la actividad cambian de aula, porque solo uno tiene mobiliario, que sirve además con sus pupitres como comedor.
A pesar del polvo que entra por el incesante tráfico, el salón es organizado, con cada cosa en su lugar.
El Montessori, además del apoyo económico, traducido en almuerzo diario para los de inicial y jornadas de recreación y salud, ha capacitado a las docentes, desde hace tres años, en el llamado método Montessori.
El tono de voz es uno de los aspectos que se trabaja con las maestras.
"Yo creía que gritar me daba autoridad o hacía que el niño me respetara más", cuenta la maestra.
Un trabajo a nivel interno para poderlo traducir en lo externo, así define Diana Restrepo, coordinadora del proyecto de acción social del colegio.
Las clases también han cambiado. Antes las actividades eran iguales para todos los niños. Con el método, se preparan varias actividades de acuerdo con las necesidades de cada niño.
Por ejemplo, contó la profe, en la escritura con unos se puede trabajar dictados mientras que con otros, planas con su nombre.
Con los niños se trabajan asimismo actividades que tienen que ver con los sentidos y una curiosa modalidad llamada vida práctica.
En el salón que no tiene pupitres y que es el espacio para jugar en el descanso, todos se sientan en mesa redonda.
Después de dar las indicaciones, comienzan a rotar los materiales con los que cada niño comenzará a construir el conocimiento y a desarrollar los sentidos.
Son cuatro frascos con perfume, son cuatro lijas, por pares son similares y cada niño debe oler el aroma o palpar la textura e identificar su pareja.
En la lección de vida práctica, los pequeños, dos de ellos con desnutrición severa, aprenden a manejar un cuchillo, cómo bañarse, lustrar zapatos y hacer jugo de naranja.
"Son lecciones que ellos deben aprender porque son niños que permanecen y se despachan solos de casa", dijo la maestra.
El trabajo diario del método se complementa con las actividades que realizan cuando visitan el colegio de sus padrinos.
Y es que los 210 niños que cobija el proyecto tienen un padrino en el Montessori.
Estudiantes de séptimo a once se han vinculado con la causa, reciben sus reportes académicos y a través de cartas están en contacto con sus ahijados.
Los más pequeños son los encargados del almuerzo. Cada semana, cada salón de jardín, transición o maternal se encarga de llevar los víveres para el almuerzo de sus compañeritos del otro lado de la ciudad.
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