Egipto está pasando por un momento clave y sus dirigentes, que se encuentran en "un ambiente en extremo inestable, tienen la obligación legal y moral de respetar el derecho a manifestarse pacíficamente y la libertad de expresión, elementos esenciales del proceso democrático que han adoptado públicamente", afirmó el secretario de Estado John Kerry el sábado pasado, a raíz de que las fuerzas del orden egipcias dispararan contra los partidarios de la Fraternidad Musulmana.
El giro diplomático apenas esconde el bochorno del jefe de la diplomacia estadounidense y su imposibilidad de controlar el curso de las cosas. En efecto, como dicen numerosos observadores en Estados Unidos, si bien el "proceso adoptado" por el ejército egipcio al derrocar al presidente Mohamed Morsi, miembro de la Fraternidad Musulmana, aspira a restablecer la democracia llegado el momento, entre tanto el golpe de Estado tiene suspendida la Constitución y, con ello, las libertades públicas.
Ni el presidente Barack Obama ni nadie del gobierno de Washington han hablado hasta ahora de un golpe de Estado. La portavoz del departamento de estado, Jen Psaki, declaró el domingo que, "legalmente, nada nos obliga a pronunciarnos formalmente sobre la cuestión de determinar si hubo o no un golpe de Estado, y hacerlo no es parte de nuestro interés nacional".
La explicación es simple: usar el término "golpe de Estado" tiene implicaciones legales. La ley de ayuda al extranjero de Estados Unidos estipula la suspensión inmediata de toda ayuda a un país en el que "un gobierno debidamente electo haya sido destituido por un golpe de fuerza militar". Ahora bien, El Cairo recibe 1.500 millones de dólares en ayuda anual, de los cuales 1.300 millones corresponden a la ayuda militar, en el marco del acuerdo de paz egipcio-israelí firmado en 1979.
Ciertamente, la aplicación de esta ley en Washington en el pasado ha sido de geometría muy variable. Pero el caso egipcio ilustra el bochorno estadounidense. Después de las primeras represiones violentas de las manifestaciones islamistas, el gobierno de Obama decidió "suspender" la entrega de cuatro aviones caza F-16 a Egipto, que forman parte del acuerdo de ayuda. El Pentágono lo consideró "inapropiado en las circunstancias actuales" y el departamento de Estado exhortó a los militares a dar más muestras de "contención".
Paralelamente, el secretario de la Defensa, Chuck Hagel, le aseguró al general Abdul Fatah Al Sissi, el hombre fuerte del golpe de Estado, que la suspensión de los aviones caza no era una medida punitiva. Wael Hadara, asesor de Morsi, habló de una política de "acrobacias verbales".
¿Cómo define Washington su "interés nacional" en Egipto en la circunstancia actual? Cuatro años después del discurso en El Cairo del presidente Obama, no hay nada claro. Ayer, su embajadora Anne Patterson abogaba por asumir una actitud conciliadora hacia la Fraternidad Musulmana. "La diplomacia estadounidense consideró que estaría presente en la escena política por mucho tiempo. Y ha querido mantener contactos para conservar la capacidad de influir en los hechos", aseguró un conocedor del tema. "En un principio, la embajadora no pensó que las manifestaciones de la plaza Tahrir fueran a modificar sustancialmente la situación. Ella se engañó, como se engañaron casi todos los observadores. Al mismo tiempo, ella trataba de que el presidente Morsi llegara a compromisos con las reivindicaciones de la calle. Él decía que sí, pero no hizo nada."
Rebasado, y aunque inicialmente Obama dijo estar "profundamente preocupado" por la acción de los militares, Washington se limitó a observar de lejos la evolución de las cosas, sin poder influir en ellas.
Eso no impide que florezcan las teorías complotistas. Ayer, los antiislamistas desfilaban con pancartas que mostraban a Obama con turbante, barba y los colores de la Fraternidad Musulmana. Ahora, los islamistas tratan a Al Sissi de "títere de Washington". En los dos casos, Washington ha parecido apoyar al hombre fuerte del momento, a falta de otras alternativas. Ese ir y venir se paga con un deterioro adicional de la imagen. ¿Washington hubiera tenido que ejercer más presiones sobre Morsi para impedir la polarización entre los dos campos hostiles? ¿Que Washington valide de facto el golpe de Estado no va a convencer a los islamistas de que Occidente jamás admitirá su legitimidad, aunque haya salido de las urnas? Esas son las cuestiones que ahora se plantean en Estados Unidos.
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