En su piso esperan el destino final: servir a la ciencia, o eso parece y luego... morirán. ¿Quién los defiende?
Ratones, ratas y hámsteres. Serpientes, escorpiones, arañas y caracoles. Conejos y gallinas. Unos para experimentación, otros como alimento. Y la gran pregunta: ¿se justifica la utilización de animales para estudios científicos?
Es en pro del hombre, se dice. En un mundo con un mayor alineamiento hacia la biofilia, los animales de laboratorio no están abandonados a su suerte. Pero no sobrevivirán.
Cada mes o menos, depende de los proyectos, el Comité de Ética para la Experimentación con Animales de la Universidad de Antioquia se reúne en una pequeña sala de la Sede de Investigación Universitaria.
Allí toman asiento representantes del Área Metropolitana como autoridad ambiental, de la Sociedad Protectora de Animales, del ICA y de la universidad. ¿Su misión? Velar porque los animales que se emplearán en las investigaciones en verdad se requieran y en la cantidad justa. Y que no sufran más de la cuenta.
"Para mí es muy duro, estoy cohonestando que se usen animales, pero acá se toman decisiones por consenso y se busca la dignidad y el respeto de ellos", explica Aníbal Vallejo Rendón, de la Sociedad.
La historia viene de hace años. Por normas legales, todo centro que experimente con animales debe tener un comité. Antes no existía conciencia. Para cualquier estudio se usaban muchos más animales de los necesarios. En no pocos casos, era para replicar investigaciones hechas en otros lugares.
Hoy no. Aunque a veces ven al Comité como una traba, los investigadores de la SIU, al menos, saben que deben cumplir unos requisitos. Deben anexar con respuestas un cuestionario de 17 preguntas sobre el empleo de animales, desde quién es el investigador responsable hasta qué van a hacer y cuántos requieren.
"Al investigador le interesa publicar", dice José Ignacio Calle Posada, representante de la Corporación Académica para el estudio de Patologías Tropicales. "Las revistas piden que hay que pasar por el Comité". Colciencias, para financiar, también lo exige.
A los científicos se les hace ver que los números sí cuentan.
La ley, pese a todo es laxa, sostiene Aníbal Vallejo. Contiene muchas excepciones. No se trata de sancionar, es algo de conciencia, agrega.
El Comité ha sido una herramienta para reducir el maltrato a los animales, al menos en los grupos de investigación. Hasta hace poco, analizaba solicitudes de otras instituciones, pero ya no. No daban abasto y la ley indica que cada una debe tener el suyo.
Los animales, precisa Juan Gonzalo Restrepo Salazar, integrante por el Centro de Investigaciones Médicas, deben ser de calidad. No se puede usar cualquiera, entre otras por la calidad genética para el resultado de los estudios. Por eso algunos son importados.
Atrás parecen haber quedado los días cuando se compraban animales en la calle para trabajos estudiantiles. O los recordados experimentos con ranas, una verdadera carnicería en las aulas escolares. Ahora se pide a los estudiantes que denuncien si algún docente maltrata animales.
¿Cuál es el destino de aquellos usados en laboratorio? Si durante el procedimiento se nota que sufren, se deben sacrificar.
Es esa, también, la suerte de todos los demás. Punto final, como lo llaman. No se le deja vivo para más investigaciones.
Mientras tanto, en el bioterio los animales reciben atención. Esperan su destino. No es fácil el manejo. La luz, el ruido, la falta de libertad pueden generar estrés, pero la ciencia, se considera, los necesita.
"La investigación los seguirá necesitando por mucho tiempo, hasta que haya otros métodos que los remplace", sostiene Juan Gonzalo Restrepo.
Se trata de hacer uso racional, lo más ético posible. Punto final.
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