Cuarto domingo de Cuaresma
"Dijo Jesús a Nicodemo: Dios no mandó su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él . San Juan, cap. 3.
Es de noche. En la penumbra de la alcoba se destaca una sencilla mesa. Más allá una tinaja de barro. Enseguida una ventana por donde llega el frescor del valle, con el aroma de los viñedos y el lejano ladrar de los perros. En un rincón parpadea una lámpara. Su lumbre proyecta sobre el muro los perfiles serenos de los dos amigos.
Jesús explica, Nicodemo escucha atentamente: "Dios no mandó a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él".
Sin embargo, para algunos es más cómodo condenar al mundo que comprometerse a mejorarlo. De ahí sus muchas quejas y sus pocas iniciativas. Entre tanto, otros nos colocamos fuera del mundo y repetimos con ira: Tú, él, ustedes, ellos tienen la culpa.
Porque nos cuesta involucrarnos en el problema y reconocer serenamente la porción de pecado que equitativamente nos corresponde.
El mundo no se salva por los maestros que presentan diagnósticos y prometen fórmulas mágicas. El mundo se mejora cuando nos sentimos solidarios con todos. Cuando nos animamos fraternalmente a una tarea de purificación.
Volvamos a Nicodemo. De pronto, el viento que sube desde Jericó e inclina los olivos de la cuesta, hace golpear la ventana. Jesús añade: "El viento sopla donde quiere. Oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va". Cristo emplea probablemente la palabra "ruah", que significa a la vez viento y espíritu. El Maestro relaciona casi siempre su palabra con el paisaje que lo rodea. La naturaleza es su libro de texto.
Aquí, en el viento, nos muestra la fuerza del Señor. Es imposible encadenarla.
Nos da los Sacramentos, pero sigue buscando de otras maneras la buena voluntad de los hombres. No permite que nadie pierda del todo la inocencia. Guarda siempre en lo interior de cada hombre, un pequeño lugar, un diminuto territorio, donde Él habita con deliberada ternura. Ni a los más grandes pecadores les falta alguna vez una caricia para el hijo, un rasgo de misericordia, un anhelo de justicia muchas veces no expresado, un deseo vehemente de liberación.
Trabaja el Señor aquí y allá, dentro de la Iglesia y fuera de ella. Con quienes lo buscan y con aquellos que huyen de sus manos. Con todos los que le conocemos, aunque a medias, y también con cuantos creen ignorarlo. Esto significa que el corazón de Dios es mejor que el corazón humano y más grande que la mente pequeña de los hombres n
(Publ. 21 de marzo de 1982).
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